@sangarccs EL CHILE CLASISTA QUE VARGAS LLOSA DESCONOCE Antonio Sánchez García @sangarccs Culpar a los logros del liberalismo por la explosión de odio de clases, resentimiento social, nihilismo y devastador e irracional afán de venganza expresado violentamente desde el 18 de Octubre, pasa por alto, además del tremendo fracaso del gobierno de Sebastián Piñera en mantener el orden público y resolver la crisis política, las profundas determinaciones que podrían explicar el nivel de rencor y auto mutilación desatado ante un pretexto fútil como un insignificante alza de las tarifas del metro santiaguino. Ese rencor y ese odio son realidades preexistentes en Chile desde la oscuridad de los tiempos. Por decirlo de una vez: la sociedad chilena es y ha sido una sociedad profundamente clasista. Y nada ha logrado, desde el origen de la República y ni siquiera desde la fundación de su institucionalidad democrática, extirpar esa tradición clasista. Menos ahora, cuando gobierna un miembro de la alta burguesía social y económica que intenta sobrevivir como si Chile hubiera superado sus taras y lastres del pasado, gracias a sus evidentes avances económicos, producto del rigor, la disciplina y la laboriosidad de una sociedad amaestrada en dos siglos de República a sangre y fuego por la oligarquía cívico militar que ha tenido el control de la Hegemonía chilena desde Portales.

La dictadura militar, de una solidez, una crueldad y una claridad de propósitos absolutamente ajenas a la clásica dictadura caribeña, con claros ribetes fascistoides y una capacidad de acción que llegó al extremo de la autodisolución, es inexplicable sin ese comportamiento clasista y dominador propio de esa burguesía tradicional que se considera aristocrática. Mucho más por razones de sangre y apellidos, que por razones de poderío económico. Pinochet no era un sargentón, como Batista. Era la más rigurosa y hasta elegante expresión de una clase dominadora, que supo organizar y comandar unas fuerzas armadas fieles y leales al poderío tradicional chileno, así ellas mismas no sean más que la expresión social de la clase media. La aristocracia chilena no se uniforma. Para eso dispone de los recursos humanos de que la provee ese amplio y conservador segmento social chileno que son sus clases medias. Dispuestas a castigar con sangre la desobediencia del sometido y a hacer pagar muy caro el irrespeto a las tradiciones constitucionales. Fue el pater familias castigando al hijo desobediente e irrespetuoso por osar faltarle el respeto.

No encuentro otra explicación al hiato insalvable que existe en Chile entre el progreso y la prosperidad del común y la casi absoluta falta de movilidad entre sus capas, grupos y clases sociales. Como nunca tuve otra explicación para el profundo encono, la ira y la furia con que procedió esa burguesía cuando, manu militari, empujo a la peor tragedia de la historia chilena. Allende Gossens, que no pertenecía a la rancia aristocracia financiera y terrateniente, como sí Carlos Altamirano Orrego, rompió códigos políticos y sociales ancestrales. Se rodeó de miembros marginales de la alta burguesía, pero jamás dejó de ser un arribado. Y ante el riesgo en que puso al Chile clasista y tradicionalista, la mano de la alta burguesía puso en acción su instrumento de dominación: la ira de la clase media y la acción demoledora, fanática y destructiva de sus hoplitas.

Ese profundo trauma, esa herida social más que política que ha carcomido las entrañas de la nacionalidad desde el 11 de septiembre de 1973, el castigo sangriento y la feroz humillación vividos en aquella aciaga fecha, antes que ser superado por los años transcurridos, la acción benéfica y reparadora de la democracia pos pinochetista, y los frutos de la sabia política concertacionista, parece haberse reabierto sin posible reparación política de corto plazo. Chile, la mejor economía de la región y la más próspera de sus sociedades, no es ni de lejos la más democrática de sus sociedades. Si por democracia se entiende algo más que elecciones libres y participación ciudadana. Chile no es una sociedad democrática. Sigue dominada por élites económicas socialmente excluyentes, por sectores culturales y religiosos socialmente excluyentes, por hábitos difícilmente removibles.

El autoritarismo, uno de los efectos del clasismo chileno, se deja ver a todos los niveles sociales. Y muestra su impronta en el actuar cotidiano del chileno. No encuentro otra razón para la violencia desatada y auto mutiladora que el afán de retaliación que late en los sectores populares. En Chile, tener más no significa ser más. Para serlo, tienes que someterte al Poder, en todas sus expresiones. Por lo visto, los chilenos se cansaron de las humillaciones. Y Sebastián Piñera, con sus ministros de clase alta, no parece la persona más indicada para ponerle un fin. Temo que el anuncio premonitorio contenga verdaderas amenazas: en Chile podría estar gestándose una verdadera revolución. Nada nuevo en un continente que no ha sabido renovarse desde sus entrañas.





Reply · Report Post