[ @brimi_enana ] 1865. Erebamity Ville. En algún lugar de Arkansas.

Calor, mucho calor. Eso era lo que sentía Betty McCallur allí sentada en un banquito en el porche del saloon de la aldea. Se había quitado el pañuelo amarillo que normalmente llevaba atado al cuello y con el que acostumbraba a taparse la cara e imaginar que era uno de los forajidos que con regularidad se paseaban por aquellos lares. Muy hábilmente, se había recogido con el pañuelo su corta melena cobriza en un pequeño moño que permanecía oculto bajo el pequeño sombrero vaquero que cubría su cabeza. Con la camisa de cuadros verdes remangada hasta mitad del brazo, los pantalones de montar subidos hasta las rodillas y puestas las botas con espuelas (nunca había que descalzarse, pues a saber cuando habría que salir corriendo), la pequeña de los McCallur esperaba a que su padre, Bobby, y su tío, Brad, terminaran de refrescar sus gaznates con un whisky que podría neutralizar el veneno de una serpiente de cascabel de forma más rápida que cualquiera de los ungüentos inventados o por inventar por el doctor Owen O’Durin.

Su otro tío, bueno, más bien su tío segundo, Bill El Botas, había sido herido de bala en la cabeza hace unas semanas por unos asaltantes de ganado. Su familia había perdido toda esperanza de que sobreviviera, pero después de varios días con fiebre y delirios, ahora permanecía estable y descansaba en el rancho familiar, a las afueras de la aldea. En aquel lugar al que los McCallur llamaban hogar, vivía desde hace pocos meses una jovencita de buena familia venida desde Boston. Sus pretensiones de escribir su propia historia alejada de la sobreprotección de su acomodada familia la habían llevado hasta aquel lugar. Sin embargo, Bridget Mirren, pues así se llamaba, no contaba con que un cowboy, antiguo forajido y asaltante de diligencias se interpusiera en su camino. Así que, a la espera de que apareciese un nuevo cura que casase a Brad y a Bridget, pues el antiguo había muerto de forma macabra al querer ir a evangelizar al poblado de los Mirkwokee, la pareja vivía en pecado junto con el resto de la familia en aquel rancho. Hay que decir que, mientras Brad y Bobby estaban en el pueblo, la vigilancia del rancho quedaba en manos de un joven comerciante de té allá en la Costa Este, ahora convertido en Velador de la Seguridad y Procurador de la Paz del Rancho McCallur, o ese era el título que Bill le había conferido a Volker Mirren, el hermano de Bridget, que se encontraba de visita desde hacía pocos días. No tenía mucha idea de disparar un rifle, pero su hermana tenía una fe ciega en él y le obligaba a practicar día tras días, para risa del resto de la familia, siendo Betty la que más disfrutaba del espectáculo de balas perdidas.

El motivo por el que no podía acceder al saloon era porque el dueño de allí, Donovan Rickson, le tenía vetada la entrada, no por iniciativa propia, sino porque era muy amigo de Bridget y esta les había dejado las cosas muy claras, tanto a Donovan, como a los McCallur: “Podrá ir con vosotros, pero como me entere de que pone un pie dentro del saloon, la matanza de bisontes en las Grandes Praderas se va a quedar corta con lo que haré yo al respecto”. Y así era. Menos mal que el bueno de Donovan le sacaba un vaso de limonada de vez en cuando y, revólver de madera en mano, Betty se entretenía disparando imaginariamente a todo aquel que traspasaba las puertas del local, ya fuera forastero o lugareño.

Dentro del saloon había un ambiente muy variopinto. Sentado al piano que había sobre el escenario y empinando la botella de whisky cada vez que las notas le daban un respiro, se encontraba Brad. Al principio todos los asistentes agradecían que les alegrara la estancia con alguna que otra cancioncilla que hablaba de, por ejemplo, un hombre que dejó a su mujer porque no hacía otra cosa para cocinar que no fueran gachas día sí y día también. Pero pronto, ya fuera por el grado de alcoholismo o porque las canciones resultaban algo monótonas, toda clase de objetos le eran lanzados para que así variara un poco el repertorio. El que más ímpetu ponía en lanzarle cosas era Bobby, su hermano, el cual merodeaba de aquí a allá, la mayoría del tiempo mordisqueando una costillita.

En el centro del local, había una mesa donde Nils, Manos Invisibles, el mediano de los Rickson, estaba desplumando a Glenn O’Durin, el banquero de Erebamity Ville, en una partida de póker. Nils contaba con la ayuda de Bobby, que pasaba por allí como quien no quiere la cosa y le hacía señas a Manos Invisibles para informarle de las cartas que tenía Glenn entre manos. Todos ellos eran amigos desde hacía muchos años, cuando formaban una banda de asaltantes que llevaban de cabeza al sheriff del condado, Sherlock Smogson, y su ayudante, John Bagginsted. Pero ahora, la mayoría por así decirlo, habían sentado la cabeza y se dedicaban a oficios regulados por la ley. De todas formas, eso no quitaba que se hicieran pequeñas estafas entre ellos. Nada que no conllevase un duelo a muerte en la calle principal del pueblo.

Desde la barra, Donovan limpiaba un vaso mientras le echaba miradas de reproche a su hermano. Mientras tanto, el doctor Owen se interesaba por la gradación de las bebidas que había en el mostrador, probándolas una a una. También le daba consejos al tabernero sobre algunas hierbas que podría emplear, previa destilación, para hacer nuevas bebidas. Donovan no le prestaba demasiada atención, pues al igual que tenía un ojo puesto en Nils, tenía el otro puesto en Oliver, su hermano pequeño. Este y Kyle O’Durin conversaban con un grupo de cabareteras. Mientras que Kyle se mostraba como el más locuaz de los dos jóvenes, las chicas parecían hacerle más caso a Oliver, aunque apenas dijera nada y mirara continuamente el suelo.

En un rincón apartado, el hermano mayor de Kyle, Fox, jugaba a los dardos. A decir verdad, sí que estaba lanzando cosas contra una diana sujeta a la pared, pero esto no eran dardos, sino pequeñas dagas. Mientras practicaba su puntería, permanecía atento a la conversación que mantenían los tres hombres que estaban sentados a escasa distancia del joven rubio. El más grande de todos ellos y con aspecto de ser el más fiero era Dallas, El Pacífico, también de la familia O’Durin. Lo de “pacífico” le venía porque muchas veces se había enfrentado desarmado a algún contrincante; por consiguiente, este pensaba que venía en son de paz, a pactar. Sin embargo, la realidad era bien diferente: el bruto de Dallas acababa con aquel pobre ingenuo con sus propias manos. A su lado se encontraba su hermano mayor, Bastian. Pese a que aparentaba tener más años de los que en realidad tenía, la mente de aquel hombre funcionaba tan bien como la nueva línea de ferrocarril que pretendía que uniese el país de costa a costa.

Betty observaba a través de las rendijas de la puerta del saloon todo lo que ocurría allí dentro. Aguzó un poco más la vista para poder reconocer al tercer hombre que se encontraba sentado en la misma mesa que Bastian y Dallas. Cómo no, no podía tratarse de otro que no fuera Thomas, Revólver de Plata, el que un día fuera cabecilla de toda esa banda. Él también era un O’Durin, además del tío de Fox y Kyle, pues esta familia era la que tenía el control de aquellas tierras. Grande fue la fama que adquirió en su época de asaltante de caravanas. Decían las leyendas que siempre pegaba un tiro al aire con su revólver de plata (de ahí su apodo), un Orcolt, para avisar a los futuros asaltados de que su suerte cambiaría en breves instantes, pues cada revólver tiene su voz y la de ese era de sobra conocida. Algunos lo llamaban honradez, otros opinaban que Thomas hacía aquello para atemorizar aun más a sus víctimas.

Aquellos tres hombres conversaban en voz baja mientras los demás se divertían. No hacía mucho que una nueva banda de forajidos campaba a sus anchas por aquellas tierras, robando ganado, asaltando casas y matando a todo aquel que les negara lo que ellos consideraban como suyo. Eran ellos los que casi habían matado a Bill. El sheriff poco podía hacer, pues eran demasiados. No quería delegar sus funciones en la banda de Thomas O’Durin, pero la situación había llegado hasta tal límite que Revólver de Plata decidió tomar las riendas del asunto.

_ Si las autoridades te descubren, te arriesgas a ser llevado a la horca. No solo tú, sino todos nosotros – Bastian apoyaría a su líder en toda empresa que llevara a cabo, pero tenía sus reparos en cuanto que aquello que Thomas se proponía fuera lo conveniente.

_ Yo estoy contigo – sentenció Dallas dando un puñetazo sobre la mesa.- Mucho nos costó conseguir todo esto como para que ahora una panda de hijos de perra se aproveche de ello. Además, los muchachos están un poco oxidados y no les vendría nada mal algo de emoción – dirigió una mirada seria a Kyle, que en ese momento se encontraba charlado animadamente con una cabaretera de anchos hombros y bíceps marcados. Deborah se llamaba, y corrían ciertos rumores de que ocultaba un gran secreto, el cual Kyle parecía desconocer.- ¡Kyle! ¿Qué diablos estás haciendo? – Dallas dejó allí a Thomas y Bastian para ir a sermonear, y puede que a darle una colleja también, al pequeño de los O’Durin.

Thomas resopló ante el comentario de Bastian. Ya se había enfrentado a la horca más de una vez, pero siempre se había librado, con o sin la ayuda de sus compañeros. Aunque el mal trago que se pasaba no era cosa de volver a vivirlo.- Bastian, hay que terminar con esto de una vez. Y cuanto antes, mejor.

_ Después de todo, ¿qué somos? Criadores de ganado, banqueros, médicos, telegrafistas... Muy poco queda de aquello que fuimos en su día – Bastian no pretendía ser pesimista, pero quería dejarle claro a Thomas cuáles eran los medios con los que contaba.

_ Tío, Bastian está en lo cierto, al igual que Dallas. ¿Dejaremos que esos forasteros roben nuestro ganado y tomen todo cuanto quieran? – dijo Fox y volvió a lanzar otro cuchillo contra la diana y, otra vez, volvió a dar de lleno en el centro de esta. Los cuchillos se amontonaban en el suelo uno tras otro mientras el rubio los iba lanzando y dando en el blanco con la mayoría de ellos.- Sabes que a madre nunca le ha gustado hablarnos a Kyle y a mí sobre…Bueno, ya sabes, sobre a lo que os dedicabais antes. Pero eso pertenece al pasado. Ahora todo esto nos pertenece y no estoy dispuesto a dejar que me lo quiten así como así, ni yo ni ninguno de estos hombres.

_ Ya lo ves, Bastian – Thomas miraba con orgullo a su sobrino mayor mientras le hablaba a su leal amigo.- Lealtad, honor, un corazón voluntarioso, ¿qué más se puede pedir?

Thomas reunió a todos y les contó su plan. Acordaron que al día siguiente irían a las cuevas del Cañón de Dodge Guldier, la guarida que servía de refugio a la banda de Axel, el Pálido. Bobby hizo trizas una corteza de cerdo que tenía en la mano cuando escuchó el nombre de Boris, el hijo de Axel. Jamás olvidaría aquel olor tan repugnante que le tocó soportar durante horas por culpa de aquel albino, pues Bobby tuvo que esconderse en la panza de un bisonte muerto para no ser encontrado por Boris, el cual iba tras sus pasos desde hace días.

Aquella noche, en el rancho de los McCallur, Brad y Bobby le contaron a Bill lo hablado en el saloon. Su propósito no era animarlo a ir al día siguiente a la escaramuza que le tenían preparada a la banda de Axel, pero merecía saberlo. O eso consideraron ellos. Como consecuencia, y para sorpresa de muy pocos, Bill se levantó como un rayo de la cama y fue a buscar su rifle para tenerlo a punto al día siguiente, pese a que Bridget insistió e insistió en que no fuera y Betty animó y animó a que sí.

A la mañana siguiente, cuando aun no había amanecido, Thomas y sus hombres se reunieron en el vado que cruzaba el río que se adentraba en el Cañón de Dodge Guldier. En esa época del año, el caudal era muy bajo, así que podrían remontarlo con facilidad, galopando por la orilla. Con lo que no contaban es con que alguien les seguía la pista. Ese alguien se había pasado toda la noche en vela, intentando colocar la silla de montar sobre un potro de apenas un año de edad, negro como el carbón, rebelde como las espinas de un cactus y de nombre Wayne, como el mítico justiciero. Pues bien, jinete y caballo iban ahora por aquel mismo camino, aunque manteniendo una distancia suficiente para no ser descubiertos. La única razón por la que Wayne andaba en pos de la banda de Thomas era porque quería estar con el resto de los caballos. Mientras tanto, su jinete se aferraba a las riendas y luchaba por no resbalarse del lomo del animal, el cual no se había dejado colocar la silla.

_ Ya veráz. Cuando volvamoz, voy a hacer hamburguezaz contigo, maldita mula del demonio – Betty se abrió el poncho verde que llevaba, pues ya empezaba a sentir calor bajo esa manta tan gorda. Wayne parecía que ya iba cogiendo práctica en lo que se refiere a trotar por un camino de guijarros, así que la pelirroja se acostó sobre el cuello del animal y dejó que este siguiera el camino mientras ella se echaba una cabezadita.

Al cabo de un rato, Wayne frenó el trote. Betty se incorporó y miró al horizonte. Ya era completamente de día y, allá a lo lejos, una nube de polvo se acercaba veloz hacia ellos. En ese momento Betty ignoraba lo que pudiera ser aquello, pero tiró de las riendas del caballo y corrieron a esconderse en lo alto de una loma que flanqueaba el camino. Cuando consiguieron llegar a la cima, Betty ató a Wayne al tocón de un árbol muerto y se ocultó tras una piedra enorme al borde del precipicio. Desde allí divisó como toda la banda de Thomas galopaba a la desesperada de vuelta al pueblo. Ella no lo sabía, pero la verdad era que cuando la tropa de antiguos bandidos, ahora supuestamente reconvertidos en gente de bien, había llegado a las cueva donde se ocultaban Axel y sus hombres, se habían encontrado con una ingrata sorpresa. Los indios Mirkwokee se les habían adelantado, pues ellos también tenían cuentas que saldar con aquellos perros sarnosos, ya que habían ocupado un lugar sagrado donde ellos solían celebrar sus rituales.

Aquel pueblo estaba comandado por el Gran Jefe Thrand. Numerosas eran las leyendas que hablaban sobre este poderoso líder de los pieles rojas. Una de ellas decía que, por las noches, salía a cabalgar sobre un bisonte gigante de lomo plateado y que hablaba con la Luna y las estrellas y que por eso era tan sabio. No por nada, muchas tribus acudían a él en busca de consejo. A nadie le era desconocida la gran enemistad que había entre el Gran Jefe y Thomas, pues hace muchos años habían hecho un pacto para asaltar un tren cargado de oro y armas; pero en el último momento, los indios no aparecieron y Revólver de Plata, junto con algunos de sus camaradas, fueron apresados por las autoridades y a punto estuvieron de morir en la horca si no llega a ser porque de repente apareció el resto de la banda y, de esa forma, pudieron salvarse.

El caso es que Betty seguía agazapada allá en lo alto, observando como la nube de polvo que levantaban los caballos se alejaba más y más. De repente, oyó un par de voces que discutían acaloradamente detrás de la roca donde ella estaba escondida. Se asomó para observar aquella escena tan dispar entre aquellos dos forasteros: uno de ellos era de porte bajo y moreno de piel; sin duda, sería de muy al sur, casi tocando con la frontera de México. Este respondía al nombre de Tuco. El otro era más alto y de ojos claros, fumaba un cigarro por un lado de la boca y permanecía impasible a todos los insultos que le brindaba Tuco, el cual iba atado de pies y manos sobre el caballo.

_ Hijo de una perra sarnosa. Me las pagarás. Quiero verte reventar, de cólera, de rabia, de viruela negra. ¡Desátame! ¡Desátame! ¡Hijo de una hiena, bájame! Mira, todavía estás a tiempo. Si me dejas ir te perdono, ¡y si no te veré hecho gusanos en los ojos! Ay, madre, qué mal me encuentro. Ya no puedo más, se me ha bajado la sangre a la cabeza. Ay, madre. Rubio, agua, agua - Tuco le escupió en la cara a Rubio después de que este le diera agua; por lo que, muy justamente, Rubio le dio un bofetón- ¡Ay! Canalla, hijo de una mofeta, ya podrás con uno que está atado. Desátame si te atreves. ¿Qué te pasa? ¿Tienes miedo?

_ Hey, ¿zabez que tu cara ze parece a la de uno que vale doz mil dólares? – Betty había salido de su escondite, muerta de la curiosidad.

_ Sí, pero tú no te pareces al que los va a cobrar – le contestó Rubio muy secamente a la niña – Además, eso era antes. La cabeza de este bastardo ahora vale tres mil y, amigo, no creo que pueda valer más que eso. Así que ya es hora de disolver la sociedad.

Otra vez Tuco se puso a proferir toda clase de improperios contra Rubio. Betty, a la que no le había gustado la forma en la que le había hablado Rubio, ideó una estrategia para jugársela a aquel par de bandoleros.

_ ¿Ah, zí? Puez zi tan lizto te creez, entoncez zabráz donde ze encuentra el tezoro de Mark Ztone, ¿no? – ante la cara de incertidumbre de aquellos dos cazarrecompensas, Betty sonrió para sí misma – Ayyy, en ezte mundo hay doz clazez de perzonaz: laz que zaben donde hay un tezoro de doz cientoz mil dólares y laz que lo quieren. Yo zé donde eztá el tezoro y vosotros queréiz encontrarlo. ¿Me equivoco?

Después de eso y de muchas divagaciones más, Betty accedió a confesarles el lugar donde estaba escondido el dinero, pero lo hizo a su forma. A Tuco le dijo que se encontraba en el cementerio de Santa Aulelia y a Rubio, en que tumba estaba enterrado.

_ Mirad, ahora ya no oz zepararéiz. ¿No ez maravillozo? – lo que Betty pretendía era ganar tiempo para ir a avisar a su padre y sus tíos de que Tuco Benedicto Pacífico Juan María Ramírez, buscado en quince condados, andaba por la zona y, así, que ganaran un pellizco de dinero por entregarlo al sheriff. Pero esto ya forma parte de otra historia.



//Lo primero de todo, espero que os haya gustado o, sino, que se haya entendido. Aunque creo que no tendréis problemas para ello. Es una historia muy simple en un ambiente muy simple. Vamos, la típica historia de indios y vaqueros. Lo que sí me gustaría aclarar, para aquel que no haya visto “El bueno, el feo y el malo”, es que en el final del relato aparecen dos de los tres protagonistas de esta magnífica película. Me duele en el alma no haber incluido a Sentencia, el tercero en discordia de este trío de cazarrecompensas, pero entre que no me quedaba espacio y era alargar demasiado la historia…En fin, en mi cabeza sí que aparece Sentencia y, por supuesto, el mítico duelo a tres bandas donde, y aquí me vais a perdonar que peque de falta de humildad, Betty/Bombeta está implicada (¡Es mi AU y me lo formo en mi cabeza como quiero!). Y nada, que eso, que espero que lo disfrutéis y que ¡VEAIS EL BUENO, EL FEO Y EL MALO SI NO LA HABÉIS VISTO! O Clint se enfadará.

Para acabar, os pongo un vídeo cuya mitad de visitas deben de ser mías.

http://www.youtube.com/watch?v=h1PfrmCGFnk

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