Dwalin_Enano

Dwalin · @Dwalin_Enano

31st Jan 2014 from TwitLonger

AU Hora de Aventuras @Brimi_enana.

Disfrútenlo, disfrútenme.
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Un día más el sol golpeaba los ojos de Dwalletas, haciendo que soltase un gruñido. Sin esperar un segundo más se puso en pie. A su lado su hermano Bananalin llevaba al parecer tiempo despierto, pero no se había movido de su sitio. Estaba sentado en el borde de su propia cama, con una expresión pensativa. Dwalletas se rascó su rugosa piel para despertarse y, de puro despiste, se arrancó una de sus pepitas de chocolate.
- ¡Se te están cayendo! ¡Te vas a quedar calvorota! -el joven Kílsugus había entrado en el dormitorio hecho un remolino, y había estallado en carcajadas. Dwalletas rápidamente le cogió por el envoltorio y le gruñó. El crío le caía bien, pero por las mañanas Dwalletas no era alguien con quien te quisieras meter.
Bananalin se había levantado en ese tiempo, pues cuando Dwalletas quiso mirar a su cama, estaba vacía. Decidió seguirle, aventurando dónde había ido. Salió del pequeño dormitorio en el que se había entrometido el pequeño dulce y bajó hacia un salón más grande. Allí, como esperaba, estaba su hermano hablando con Thoregaliz Escudo de Turrón. Su tono era serio y, ante todo, bajo, como si debatiesen algún asunto que nadie más debía oír. Se acercó a ellos, aunque un intencionado carraspeo anunció su posición. Ambos se giraron para mirarle, pero continuaron la conversación.
- La princesa no es paciente, y quiere vernos- dijo Bananalin, mientras se mesaba la cobertura de azúcar blanco reluciente.
- Sabes que no me fío de ella - la voz de Thoregaliz era profunda y cargada de un amargo sabor.
Dwalletas supo a quién se referían, pero no dijo nada. Pronto Thoregaliz arrugó el ceño y se giró hacia él. -Reúnelos a todos.- aquello había dejado claras sus intenciones. Bananalin miró a su hermano y asintió levemente, y Dwalletas se giró para cumplir su cometido. Fue a la cocina y tomó una olla y un cucharón antes de subir las escaleras. Un carraspeo le permitió aclararse la garganta, y Dwalletas alzó su cucharón como si fuera la más poderosa de las armas.
- ¡En pie todos! ¡Venga! ¡¡¡ARRIBA, VAGOS!!!- empezó a gritar mientras iniciaba una procesión por el pasillo. Ahí estaban todos, Kílsugus, Fílsugus, Dortetera, Oridedo, Norstrella, Óindrillo, Glóilimón, Bifresa, Bofcola y Bombmelón, algunos más despiertos que otros, pero todos frente a sus respectivos dormitorios. -Andando, tenemos cosas que hacer.
Devolvió la olla a la cocina, pero se guardó el cucharón, pues nunca sabía cuándo lo necesitaría otra vez. Thorin se giró entonces para hablar con todos ellos. El sol del amanecer atravesaba el ventanal del salón y daba a su lisa superficie unos majestuosos brillos azabache. Su voz, grave, parecía no querer admitir lo que iban a hacer. -Iremos a ver a la princesa. -su mirada se apartó de la Compañía, y sin mediar ni una palabra más, se encaminó hacia la puerta.
Dwalletas le observó con gesto serio y se colocó junto a su hermano. La marcha era seria, y solo Bofcola parecía atreverse a hacer bromas al fondo. Los peldaños hacia el palacio se le antojaron eternos, y los Poli-Bananas se apartaron para dejarles paso, simplemente porque la mirada que les lanzó Thoregaliz les aterrorizó. Soltaron sus lanzas y se pusieron a correr despavoridos en círculos, mientras la Compañía se hacía paso dentro del palacio. Frente a ellos, la Princesa Chicladriel estaba de espaldas a ellos y parecía contemplar la nada. Cuando se giró, unos cuantos soltaron un pequeño jadeo de sorpresa. Sus cabellos eran del más dulce chicle de limón, y no había ningún signo de vejez en ella, excepto quizás en lo profundo de los ojos, pues éstos eran penetrantes como los dientes al mascar y sin embargo profundos, como los chicles de menta fresca.
-¿Nos habías hecho llamar? -dijo Thoregaliz, con marcada hostilidad.
-Escudo de Turrón… Chuchelandia está en grave peligro, alguien ha robado toda la gominola y secuestrado a todos los ciudadanos y los ha llevado a…- hizo una pausa en su discurso, todos se inclinaron hacia adelante esperando una continuación. Dortetera se inclinó tanto que derramó algo de té en el suelo del palacio.- ¡La Montaña de la Dieta!- exclamó finalmente. Un grito de sorpresa recorrió la sala.
-¿Tus Poli-Bananas no pueden hacerlo por sí solos? He visto que a ellos no les han secuestrado- gruñó Thoregaliz.
A modo de respuesta, la princesa Chicladriel alzó la mano, señalando a un Poli-Banana que había a su izquierda y que jugaba a perseguir una mosca con su lanza en alto mientras reía como un condenado.
Thoregaliz se cubrió el rostro con la mano y, a regañadientes, aceptó. -Iremos, pero solo porque al parecer este reino no tiene nadie que le defienda de no ser por nosotros.- era obvio que no quería estar más tiempo allí. El propio Dwalletas se sentía incómodo y estaba deseando que se marchasen para hacer algo útil, aunque fuera al servicio de la estirada de la princesa.
Pero enseguida Thoregaliz giró sobre sus talones y se marchó, con un caminar lento y sin vacilar. Los demás le siguieron, claro, pues poco podrían hacer allí. El camino hacia la Montaña de la Dieta era largo, y seguramente se encontrarían con los autores de aquel secuestro.
La princesa tenía razón, la ciudad estaba vacía. Solo se habían librado los Poli-Bananas y ellos, que habían estado lo suficientemente armados como para que los secuestradores les temiesen, fueran quienes fueran.
No fue un camino tranquilo, pues poco después de salir de Chuchelandia, tres enormes monstruos devoradores de galletas quisieron apresarles, encontrando en Dwalletas una víctima suculenta. Pero preguntándose cuáles eran sus favoritas, si las de chocolate o las de arándanos, les sorprendió la luz del sol, convirtiéndolos en el más rígido de los caramelos.
El camino fue largo, y grandes los peligros que encontraron, pues parecía que de los rincones más apartados del mundo una extraña sombra se había levantado. A medida que avanzaban el aire aire olía más fresco, pero ningún dulzor podían encontrar por donde fueran, como si todo el azúcar hubiese sido lavado de la tierra. Frente a ellos se extendía un valle de un gran verdor y, a lo lejos podían ver la silueta de la montaña recortada contra el horizonte, enorme e imponente.
-Contemplad, la desolación de la Dieta.- anunció Bananalin con voz grave. Todos contuvieron el aliento, pues aquel paraje era terrible de contemplar. El recuerdo de tierras antaño dulces y cubiertas de un fino abrigo azucarado y ahora convertidas en grandes prados verdes atravesaba sus corazones y avivaba sus recuerdos de tiempos en los que las Chuches habitaban ese lugar, y eran sus propios reyes.
Dwalletas recordó entonces la vieja profecía, y empezó a recitar con voz grave.

«¡El Rey bajo la Montaña, “The King beneath the mountains,
el Rey de Caramelo tallado, The king of carven candy,
el señor de fuentes de chocolate, The lord of chocolate fountains,
regresará a sus tierras! Shall come into his own!

Sostendrán alto su envoltorio, His wrapping shall be upholden,
tañerán otra vez el arpa, his harp shall be restrung,
mascarán otra vez los chicles, His gum shall echo chewed,
habrá ecos de azúcar en las salas. To songs of sugar re-sung.
Los bosques ondularán en gominolas, The woods shall wave on sweets.
y las chuches a la luz del sol; And candy beneath the sun;
y el caramelo manará en fuentes, His toffee shall flow in fountains,
y los ríos en corrientes chocolateadas. And the rivers chocolate run.

¡Alborozados correrán los ríos, The streams shall run in gladness.
los lagos brillarán como llamas, The lakes shall shine and flavour
cesarán las dietas y las penas, And diet fail and sadness
cuando regrese el Rey de la Gominola!» At the Candy-King’s return!”

Poco a poco a su canción se habían unido sus compañeros, y con un eco ronco fueron recibidos por la montaña. Entonces comprendieron que esto no era una misión cualquiera, Thoregaliz recuperaría la gominola, pero no para Chicladriel, y bajo la Montaña de la Dieta reestablecería la gloria de Chuchelandia, como su propio reino. Un destello en los ojos de Thoregaliz dejó claro a Dwalletas que aquel era un nuevo comienzo, para los únicos ciudadanos de Chuchelandia que habían sabido permanecer fuertes, para una nueva era de prosperidad en una nueva tierra, pues no hacía tanto que la Montaña de la Dieta había tenido un nombre más apetitoso, en el antiguo idioma Khuzdûlce. Y era la hora de recuperar la antigua gloria de las gominolas.
Las faldas de la Montaña se alzaban ante ellos, y la entrada, custodiada por enormes piruletas talladas y caídas en olvido parecía observarles fijamente. Sin embargo, un estruendo llamó su atención tras ellos, pues Thrandlimoncio, rey de las elfchugas había estado esperando su llegada. A lomos de su montura parecía que realmente, como decía la leyenda, había sido agraciado con el don del Dios de las Fiestas, pues su corona de serpentinas y sus gafas de sol parecían haber vivido celebraciones sin fin. Thoregaliz desenvainó su cuchillo de trocear, Dwalletas el cucharón que había guardado a su partida, y Bananalin fue presto al sacar el escurridor de lechugas.
Las huestes del rey de las elfchugas eran muchas. Les superaban ampliamente en número, pero los elfchugas, más esbeltos, eran también más fáciles de hacer crujir que las chuches, con su dura coraza de caramelo protegiéndoles. La batalla se acercaba.
-Esta tierra estaba en condiciones inaceptables. ¡Inaceptables!- gritó Thrandlimoncio con su piel cetrina brillando al sol de mediodía.-Acabaré con vosotros, sucias gominolas, y todo Ooo será una tierra para jóvenes sanos que puedan bailar durante todo el día y toda la noche.
-¡Jamás!- bramó Thoregaliz, echándose hacia adelante para emprender una desesperada carrera contra aquel verde y terrible ejército.
La batalla había comenzado, y Dwalletas corrió rápidamente detrás de su líder. El crujido de cada elfchuga cuando le golpeaba con el cucharón era música para sus oídos. Un par de veces le golpearon, más de unas cuantas pepitas de chocolate cayeron, pero no se dejó amedrentar.
Las elfchugas les tenían rodeados, y ellos eran solamente trece, pero feroces. Bombmelón rodó colina abajo para arrastrar con él a algunas elfchugas; Dortetera salpicaba té hirviente a los que se acercaban, y pronto el campo se llenó de gritos desesperados de alimentos sanos. Dwalletas giró sobre sus pies, abatiendo a uno y otro enemigo, sin dejar que le rodeasen. Por el rabillo del ojo, sin embargo, vio algo perturbador. ¿Qué hacía Kílsugus abrazando a una elfchuga? Sin pensarlo dos veces corrió hacia ellos y dio un salto. Dwalletas sintió como volaba hacia la escena, dispuesto a impedir un beso que se acercaba. Ondeó el cucharón, golpeando la cara de la elfchuga con toda su fuerza.
-¡No! ¡Tauriescarola! - Kílsugus gritó desesperado, pero la elfchuga estaba ya bien troceada, y el viento pronto se llevó lejos sus restos.
-¿Se puede saber qué haces? - bramó Dwalletas, pero no tuvo tiempo para aguardar una justificación del joven, pues tuvo que agacharse para esquivar un embate de otro verde y rápidamente devolverlo.
La batalla siguió durante poco rato más, pues Thoregaliz había conseguido herir a Thrandlimoncio. El zumo ácido empezaba a salir de su interior a borbotones, y pronto bramó la orden retirada. Habían ganado, y aunque estaban agotados, la esperanza llenó sus corazones y les dio fuerzas para ascender hasta la Montaña.
Dentro las salas cubiertas de regaliz y caramelo parecían reflejar la poca luz que entraba con mil colores. Se quedaron sobrecogidos, pues pocos la habían podido ver antes de que cayera en desgracia. Las chuches que habían sido apresadas allí como paso previo a su aniquilación estallaron en vítores al verles llegar. Habían venido por orden de la princesa Chicladriel, pero Thoregaliz sentía que no era casualidad que le hubieran escogido a él. Caminó por las salas, seguido únicamente por Bananalin y Dwalletas, pues el resto estaban ocupados celebrando o rescatando a los prisioneros. Pronto hubo encontrado lo que buscaba: la Gragea del Arca, de una cobertura casi transparente, con un brillo casi propio. Una pequeña sonrisa asomó por su oscurecido rostro, y de sus ojos pareció levantarse la sombra de pesados años. Por fin había encontrado lo que deseaba, la marca, la prueba de su destino.
-¿Volvemos a casa ahora, Thoregaliz? - preguntó en un tono bajo Bananalin.
-No.- respondió con voz queda- Anunciad a las Chuches que son libres de volver a Chuchelandia o quedarse con nosotros, sus salvadores.- se giró, y por primera vez levantó la mirada de la Gragea del Arca y les miró. Su sonrisa había desaparecido, y sin embargo en su rostro podía leerse que era feliz.- Este es nuestro hogar ahora.- Y Dwalletas juraría por el resto de sus días que jamás había visto un regaliz tan majestuoso como en ese momento. El Rey de la Gominola, Thoregaliz Escudo de Turrón, había regresado.

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