Un buen secretario de Hacienda - Aquelarre Económico - José Manuel Suárez Mier


Los candidatos presidenciales ofrecen mantener la estabilidad económica del país, lo que implica, por fuerza, elegir a un secretario de Hacienda conocedor de los temas financieros, que sea respetado por los mercados internacionales y que sepa decirle que no a su jefe.
Estos son, sin duda, requisitos básicos para un buen secretario pero no son una condición suficiente para asegurar la estabilidad financiera. Se requiere también del compromiso explícito del Presidente que respetará las decisiones de Hacienda y del Banco de México en los ámbitos de su responsabilidad.
En el lapso posrevolucionario hubo grandes secretarios de Hacienda que enfrentaron la ímproba labor de limpiar las finanzas de un país en quiebra, con obligaciones financieras incumplidas y siempre con el apoyo irrestricto del Presidente en turno.
Alberto J. Pani, Luis Montes de Oca y Eduardo Suárez realizaron una faena titánica al frente de las finanzas entre 1923 y 1946. Crearon las instituciones fundamentales para modernizar la infraestructura financiera del país y enfrentaron circunstancias aciagas
A ellos les tocó renegociar en términos favorables deudas impagadas previas a su gestión y restaurar el buen crédito del país, a pesar de múltiples obstáculos que lo dificultaban, como la expropiación petrolera de 1938, que Suárez manejó con enorme talento en sus aspectos financieros.
Ramón Beteta y dos Antonios, Carrillo Flores y Ortiz Mena, continuaron esa tradición por el siguiente cuarto de siglo, consolidando la estabilidad y una cada vez más firme situación financiera, condición esencial para el rápido crecimiento económico que el país experimentó entonces.
Los primeros signos ominosos respecto a la secretaría de Hacienda ocurrieron en 1970, en las postrimerías del gobierno de Gustavo Díaz Ordaz, quien le dijo a su sucesor Luis Echeverría que removería al secretario Ortiz Mena, pues había sido el principal obstáculo para hacer más obra pública durante su gestión.
El insólito dicho de Díaz Ordaz acredita que no apreciaba a cabalidad la gran labor de su secretario para la buena marcha de su gobierno, al mantener al mismo tiempo elevado crecimiento económico e impecable estabilidad cambiaria y de precios.
A pesar de ello, el nombramiento del secretario de Hacienda en 1970 recayó en Hugo Margáin quien sin duda tenía las credenciales apropiadas para desempeñar el puesto con habilidad y talento. Pero allí empezaron las interferencias en su área de responsabilidad del resto del gabinete y del propio Presidente.
A Echeverría le urgía gastar más recursos azuzado por varios integrantes de su gobierno, lo que los puso en conflicto con el secretario de Hacienda, al que finalmente removió para nombrar a su viejo amigo José López Portillo, que no tenía idea de economía, y anunciar que “… las finanzas ahora se manejarán en Los Pinos.”
Quienes entendieron el mensaje, se dieron cuenta que era el principio del fin de la estabilidad financiera pues el nuevo secretario de Hacienda tenía como único objetivo llegar a Presidente, para lo que ayudaba mucho tener la chequera del gobierno para complacer a su manirroto jefe.
La deuda externa se quintuplicó como proporción del PIB al tiempo que el equilibrio en las finanzas públicas se rompió, lo que condujo a la pérdida de confianza en el gobierno y a una fuga de capitales que secó al Banco de México. La crisis se concretó en septiembre de 1976, ya con López Portillo en campaña presidencial, y le tronó en las manos al tercer secretario de Hacienda del sexenio, Mario Ramón Beteta.
La lección de este relato, que retomaré la semana que entra, es que para que el secretario de Hacienda sea exitoso es necesario que tenga capacidad técnica y que cuente con el total apoyo presidencial.
enviado para su publicación a Excélsior el 17 de mayo de 2018
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