Una de las primeras cosas que se aprenden al ingresar a una escuela de periodismo es que nunca se debe escribir en primera persona. Quiero pensar que el sentido agrio del texto que acabo de comenzar tiene que ver con eso, con el mandato educativo, y no con lo que voy a describir a continuación. Me estoy engañando, en cualquier caso. Les cuento.
Ayer fui a la Bombonera a presenciar el partido del local con Nueva Chicago, algo habitual, ya que es mi cuarto año en la cobertura del día a día de Boca para Clarín. Voy a ese estadio cada domingo de campeonato o cada miércoles de Copa Libertadores. Me he llenado de fútbol, he visto equipos mejores, peores, regulares e indescriptibles. Debo haber ido 100 veces a la Bombonera y jamás me pasó algo como lo que viví ayer.
La situación ocurrió luego del partido. Discutí brevemente con un empleado que controla el acceso de los periodistas acreditados a la zona de vestuarios. El entredicho duró un minuto, luego del que recibí las disculpas del compañero del hombre en cuestión, por el tono que había empleado. Después de eso, es cierto, me retiré echando algunos insultos al aire hacia el tipo por el pasillo y me encaminé hacia la conferencia de prensa de Rodolfo Arruabarrena.
Ni bien terminó la tanda de preguntas con el entrenador de Boca, volví hacia la misma zona, la salida obligatoria de cada domingo. Pasé caminando por el mismo lugar, sin ninguna precaución, debido que me había olvidado de la situación previa. El empleado en cuestión comenzó a insultarme y me invitó a pelear afuera del estadio. Le dije que no, que no tenía sentido, que ya había terminado el tema, que estaba trabajando y el hombre se me vino encima. Entre dos o tres de los que venían caminando atrás mío, lo frenaron, mientras intentaba pegarme. Al instante, dos personas más, a las que no conozco, vinieron directamente a golpearme. Uno de ellos apareció desde un costado y sin que lo viera me propinó una trompada en la Boca que me produjo un corte en el labio. No respondí ante los que me pegaban y sólo atiné a intentar volver hacia la zona de vestuarios para protegerme.
Después de eso, algunos empleados de seguridad privada se acercaron al lugar y me llevaron hacia un costado. Allí, tuve que soportar las amenazas de varios de los presentes. “Quedate acá porque te vamos a matar”, me decía un empleado de Boca. Otros me tiraban ligeros puntapiés a los tobillos. No respondí. Arrinconado, me pidieron la credencial, me empujaron y me increparon. Mientras, nadie frenó a mis agresores ni les pidieron medio dato. Hasta que llegó el Gerente de Prensa al lugar, el final era incierto. Su intervención fue clave para que pudiera salir de allí.
Con esto, busco describir los hechos y terminar con el tema. No tengo rencores con ninguno. No busco sanciones ni victimizaciones estúpidas. Por eso no volveré a hablar de la situación. Sólo reclamo, como derecho de todos los periodistas, que, más allá de cualquier contingencia, se garantice nuestra integridad física a la hora de trabajar y nuestra plena libertad para hacerlo.
Al momento, se comunicaron conmigo los directivos César Martucci y Pablo Superno, mediante llamados telefónicos en los que se comprometieron a trabajar sobre lo sucedido, y Marcelo London, que lo hizo en un mensaje de texto. También recibí palabras de apoyo por parte de jugadores del plantel y miembros del cuerpo técnico de Boca. Los valoro como nunca. Por lo propio, deseo agradecer a todos los colegas y amigos que expresaron su solidaridad de mil formas, de manera privada y por las redes sociales. Mi mejor conclusión y mi mayor esperanza es creer en ustedes. Y claro, confiar en que el periodismo sea algún día un lugar en el que nadie agreda a un trabajador, ni lo presione por hacer su tarea de determinado modo, ni lo prive de su puesto laboral por pensar distinto. Espero no tener que volver a escribir en primera persona.

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