Un cuerpo incorpóreo, tejido de sombras y oscuridad, se abalanzó sin escrúpulos contra el bulto que descansaba bajo las capas de edredón, manta y sábanas, muros protectores que nada pudieron hacer contra aquel ser escapado de una pesadilla.

Bocabajo, con los dedos cerrados sobre un teléfono móvil, Valeria se agitó, aprisionada por un peso muerto, que no debía estar sobre ella y que, sin embargo, cruzaba sus brazos de niebla bajo su pecho, tratando de arrancarla del colchón con una fuerza inaudita. Sus labios se abrieron, dispuestos a lanzar un alarido que se quedó agarrotado en la garganta, rozando sus cuerdas vocales como si de una lija se tratase, para, finalmente, morir de forma agónica contra su paladar. Los párpados de la joven se abrieron con dificultad. Cosidos por unos hilos invisibles, apenas podía pestañear, presa de una ceguera que le provocó pánico, mucho más terror del que sentía ya. Sin embargo, sus ojos castaños terminaron por centrarse en la tela lila de la sábana, mientras luchaba contra aquel cuerpo que no veía, pero que sentía sobre ella. Luchaba sin luchar, pues seguía inmóvil, petrificada, sin poder escapar de aquel mal sueño.

La Nada desdibujó las imágenes, volviéndolas borrosas, alejándolas de Valeria, girando el tiempo, regresando a un estado efímero de calma. Incomprensiblemente, sus ojos volvieron a abrirse, fijando su mirada de felino sobre la claridad que entraba por la ventana, señal de que el amanecer llegaba y, junto a él, un nuevo día. Remoloneó entre las sábanas, recuperando una tranquilidad que no era tal, pues su corazón, encabritado y aún asustado, martilleaba una y otra vez contra su pecho, provocándole un tembleque frío, helado, que por más que se arrebujase bajo las mantas, se extendía por cada centímetro de su piel, como una capa de escarcha.

- Solo ha sido un sueño… Una maldita pesadilla… - Murmuró entre dientes, girando nuevamente, encogiéndose en posición fetal protectora, como si así, pudiese ahuyentar aquella realidad distorsionada que eran los sueños. – Estás sola… No hay nadie más…

Una suave luz parpadeó sobre el suelo, dibujando una fina línea, como un caminito que señalaba en dirección al salón. A través de la puerta abierta de su cuarto, observó una figura reflejarse contra la vidriera de la puerta que daba a la estancia y, un segundo después, moverse con total confianza. Trató de levantarse, pero… De nuevo, algo la mantuvo quieta, paralizada, sin saber qué estaba sucediendo.

Valeria se vio a sí misma, de pie, cogiendo el paquetito de valerianas que descansaba sobre la mesa. Las uñas de los pies teñidas de negro brillante, las piernas desnudas y aquel camisón blanco, demasiado corto, demasiado atrevido hasta para sí misma, pero que la hacía sentirse bonita, cuando toda su confianza fallaba. El lazo aguamarina del escote destacaba sobre todo lo demás, como si toda la luminosidad de aquella imagen se centrase sobre la cinta de raso, como si no hubiese nada más importante que aquel color. Sus miradas no se cruzaron, parecía que Valeria no podía ver a Valeria, que Valeria no era más que un espectador en un cine, que era ella sin ella.

Una vez más, la Nada de los sueños, como una goma de borrar hecha de niebla, diluyó la figura de Valeria, transformándola en humo de recuerdos que jamás se habían dado. El plano onírico construía y deshacía a su antojo, con aquella forma extraña de manifestarse, sin sentido, con todo el del Mundo, reafirmándose constantemente en aquella famosa cita de que “Los Sueños, Sueños son…”

Y sin embargo… Por tercera vez, parpadeó, formando una sombra violácea bajo sus párpados, allí donde las ojeras se mezclaban con el reflejo de las pestañas contra su piel, con delicadeza y suavidad, con aquel despertar perezoso, asustado, del que no podía desprenderse ese amanecer. La sábana lila parecía salida de un campo de batalla, arrugas que se marcaban contra las zonas de su cuerpo que permanecían desnudas, cicatrices rojizas que desaparecerían con rapidez. La manta cubría a Valeria por completo, ocultando su cabellera castaña, dejando al descubierto solo una mano que asomaba con timidez, aferrada otra vez a su teléfono móvil que, de manera arriesgada, descansaba sobre la almohada…

Las primeras voces infantiles, como cada mañana alrededor de las 08:30, se alzaron con gracia, chismes de colegio, palabras sueltas sobre los deberes… Los albañiles que trabajaban en la casa de enfrente, comenzaron con su cháchara sobre pintura y cementos, y los perros del vecino empezaron a ladrar frenéticamente, como ya era habitual cuando el Sol aparecía en el cielo. En un acto reflejo, mecánico, con aquella costumbre que la perseguía desde hacía años, por inercia ya, Valeria asomó un brazo bajo el edredón, aún adormilada, con los ojos cerrados, esforzándose por escapar del Reino de Morfeo. A tientas, palpó la mesilla, dos libros, unas gafas y, lo que andaba buscando, su teléfono móvil.

De golpe, sin pensarlo, sus párpados se abrieron con la fuerza de un huracán. El sueño dejó de serlo, para recordar que, durante un tiempo indefinido, había estado soñando dentro de un sueño… Una vez más volvía a suceder, solo que, en aquella ocasión, seguía sintiendo el peso y el miedo de aquella pesadilla que no podía quitarse de la cabeza.

#User Madrugada de pesadillas, amanecer con agobios...

"La escritura es la pintura de la voz." Voltaire.

Lindo Jueves.

Campanilla.

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