He aquí mi humilde relato para el #DíaDeTolkien.





La caída del sol daba lugar a la oscuridad y la noche, que se cernían sobre la Tierra Media. Era una noche con poca, muy poca luz, pues la luna era nueva aquel día. Eran muchos, por entonces, y muy variados, los lugares que se podían hallar en la Tierra Media. Desde largos y desolados desiertos hasta frondosos bosques, poblados de todo tipo de vegetación. Desde altas e imponentes montañas hasta profundos lagos y ríos interminables.

En un bosque, al este de la Última Morada de los Elfos, la noche era fría e impenetrable. Un pequeño grupo de extrañas criaturas se hallaba allí, no muy lejos de los lindes del bosque, resguardándose de la noche.

-Óin, trae más leña.

Se trataba de una compañía de enanos. Trece enanos. La raza de los enanos estaba caracterizada por su dureza. Acostumbraban a ser fieros en combate, pero abiertos e incluso risueños entre ellos. Eran fieles, sí, pero no perdonaban jamás a alguien que les traicionaba. Pero no solo había enanos en aquel grupo. Además de ellos, había dos de las más extrañas razas que se pudieran encontrar en aquellas tierras. Por un lado, había un mago. Vestía de gris, con un gran sombrero, y llevaba con él una vara, de madera, bien tallada. Por otro lado, les acompañaba un hobbit, una pequeña criatura, de pies peludos y pelo rizado. Un hobbit muy acomodado, que solía llevar una vida tranquila, sin querer partir en busca de aventuras.

El propósito que tenían aquellas criaturas, aquella noche, era prepararse una buena cena y poder descansar sus piernas después de una larga jornada de camino. Pero ¿cómo narrar una cena a la luz de una pequeña hoguera, con trece enanos, un hobbit y un mago alrededor suya? Lo primero sería conocer, al menos, los nombres de los enanos, ya que no son precisamente pocos ni se saben distinguir a simple vista. Para empezar, Óin y Glóin, hijos de Gróin, se ocupaban de los fuegos. De las comidas se encargaba Bombur, un enano obeso, primo de Bofur y Bifur. También se encontraban allí Ori, Nori, Dori, Dwalin y Balin, y, por último, Fili, Kili y Thorin. Thorin era el líder de la compañía, tío de Fili y Kili y era, por derecho, heredero del trono del gran reino de los Enanos. Todos ellos estaban unidos para participar en una gran misión, de la cual no hablaremos aquí, por ahora. ¿Por qué? Porque la misión, esa noche, era cenar en paz, calmar los estómagos y, sobre todo, aprovechar la noche cantando y bailando.

Mientras Glóin trataba de mantener la hoguera encendida y Óin iba en busca de leña para alimentarla, Bombur sacaba de un saco parte de sus provisiones. El resto de los enanos hablaban entre ellos, en voz alta para hacerse escuchar, todos alrededor del fuego. Fili y Kili, sin embargo, hacían la guardia. Balin y Dwalin hablaban con Thorin. Gandalf discutía con Dori acerca de cuál era el origen del mejor vino tinto de la Tierra Media, las opiniones eran bastante diferentes. Ori, Bofur y Nori conversaban alegremente, sobre mujeres, y Bifur, junto a ellos, tarareaba una canción. Pero... ¿No falta alguien?

El hobbit, Bilbo Bolsón, se hallaba junto a los ponis, con los brazos en jarra alrededor de las piernas. Miraba a través de los árboles que le ocultaban del cielo, y solo alcanzaba a divisar unas pocas estrellas. Estaba pensando en lo que sería pasar aquella noche en Bolsón Cerrado, su hogar. Estaría sentado en el comedor, con un abundante plato y vino. No tendría más preocupación que la de acabarse relajadamente su plato, y luego quizás fumar de su pipa, sentado en el salón, junto al calor de su chimenea. Pero él había tomado la decisión de abandonar todo lo que él había querido siempre. Las cosas, desde el día que se fue, habían cambiado para siempre.

Una hora después, la cena ya estaba lista para ser servida. Los enanos se acercaron a por sus platos y volvieron a sentarse. Bilbo se acercó vergonzosamente a por el suyo y se sentó junto a Bofur, que comía enérgicamente de su plato, sin desviar la mirada de la comida. Bilbo, mirándole de reojo, comenzó a comer, pausadamente. Todos estaban ya comiendo, y hablando entre ellos, menos Thorin, que se dedicaba únicamente a escuchar y a comer.

-¡Bilbo, cuéntanos alguna historia! -Exclamó Nori, repentinamente. Cogió al hobbit desprevenido, que no hacía caso a las conversaciones de los enanos. Levantó la cabeza y miró a los lados, sin saber qué decir.

-Bueno, conozco alguna vieja historia sobre los elfos de...

Los enanos comenzaron a mascullar y a gruñir. No les gustaba nada que tuviera que ver con elfos.

-¡Elfos no, gracias! ¿No tienes nada que contar de los Medianos?

-Bueno, no hay muchas historias que contar acerca de los de mi raza, al menos historias interesantes, que hagan alusiones a guerras... Pero conozco alguna. -Miró a Gandalf de reojo, pues él aparecía en su historia, y comenzó a narrar, en voz baja y tímidamente, por lo que Óin, el cual tenía problemas de oído, se tuvo que acercar con su trompetilla para poder escucharle. Bilbo daba por hecho que la mitad de los presentes conocían el hecho que iba a contar, pero no tenía muchas historias que narrar de su tierra.- Hubo un invierno en el que las tierras de la Comarca y de los hombres domadores de caballos se vieron sorprendidas por un frío nunca antes vivido por aquellas criaturas, que provocó muchas muertes y decadencia. -El hobbit se detuvo para tomar aire y dio un sorbo a su vaso.- El río Brandivino se congeló, y los lobos llegaron en numerosas manadas a la Comarca, que no estaba, ni está, acostumbrada a hechos desagradables. Con urgencia reunieron a un gran número de hobbits, que valientemente lucharon y alejaron el mal de su tierra. Con el invierno y los lobos, los Medianos creían que ya solo quedaba que el invierno se fuera, lo que llevó mucho tiempo y, para colmo, la primavera posterior trajo consigo muchas inundaciones fruto del deshielo. -Los enanos le observaban atentamente, algunos con comida en la boca, otros sin mover ni un músculo. Bifur cabeceaba y soltaba algún bostezo de vez en cuando. Bilbo se sentía ahora a gusto narrando la historia.- No hubo muchos más problemas en la Comarca, desde entonces. Ahora eso es solo un recuerdo, y la única preocupación de un hobbit es que sus cultivos prosperen para tener una buena imagen, además de alimentos. -Sin darse cuenta, ya no tenía frío y se sentía como si estuviera junto a su chimenea, cómodamente, sin preocuparse por lo que ocurriera a su alrededor. Por primera vez desde que había salido de su casa, Bilbo Bolsón estaba a gusto.

Tras varias preguntas de los más despistados acerca de la historia, Balin se puso en pie, mirando a Bilbo.

-¿Conoces la historia de Durin y la fundación de Moria?

-No, no me contaron muchas cosas acerca de los enanos... -Fue entonces cuando dirigio la mirada hacia Thorin. A pesar de ser un enano, su pose intimidaba, como si fuera alto y esbelto. Su mirada era dura y fría como la misma roca. Balin se aclaró la garganta.

-De las siete tribus de enanos que se conocen, la de Durin I es la más antigua, y solo tres de esas tribus, entre ellas la de Durin I, llegaron a las Montañas Nubladas. Debían atravesar el Paso del Cuerno Rojo para superar la cadena montañosa. Un día, las tribus llegaron a un valle, que rodeaba un lago. Durin I exploró los lagos superiores al valle, y, con la intención de refrescarse, se acercó y vio su rostro reflejado en el agua. Pero además de ver su propio rostro, vio sobre él una corona de siete estrellas. Lo tomó como una señal, y decidió quedarse allí para gobernar aquel sitio, que era la entrada a Khazad-Dûm. -Balin se detuvo para tomar aire. Los enanos, sentados al lado suya, fumaban de su pipa mientras le escuchaban en silencio. Gandalf, apartado del resto, soltaba el humo haciendo extrañas formas. Bilbo, como si de un niño se tratara, estaba sentado en frente de Balin, con las piernas cruzadas y las manos sobre las rodillas.- Las gentes de Durin I se reunieron con él y estaban de acuerdo en quedarse en aquel lugar, pero las otras dos tribus, sabiendo que no habría una repartición de beneficios justa, siguieron el Paso del Cuerno Rojo.

Balin finalizó su historia y se unió a los demás enanos encendiendo su pipa. Se juntaron, al lado de la hoguera, y, en silencio, fumaron. Gandalf llamó a Bilbo para que se sentase junto a él. El pobre hobbit estaba cansado, pues había cenado bastante, y había tenido que hablar mucho. Poco acostumbrado a estar fuera de su hogar, Bilbo deseaba su vuelta a la Comarca, pero sabía que su retorno, si llegaba a llevarse a cabo, sería en largo tiempo, y nada sería lo que era entonces.

Tenía un largo viaje por delante, plagado de grandes peligros y obstáculos. Para su suerte, el hobbit tenía a su lado a grandes enanos, guerreros o no, que le protegían como a uno más, y a un gran mago, sabio además de poderoso. Lo que él no sabía, es que había algo mejor que todos ellos, que siempre llevaba consigo, desde muy joven. Bilbo descubriría en su interior un gran coraje, una valentía que haría de él un hobbit diferente al de antes. El viaje le deparaba muchas cosas, y una de las más importantes era el hecho de que se conocería a sí mismo.

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