KhamulSP

Khamûl · @KhamulSP

21st Feb 2014 from TwitLonger

EL ANILLO DE SAMARKANDA

@Brimi_enana
[Relato basado en la novela "El amuleto de Samarkanda", de Jonathan Stroud]

Las luces de la habitación parpadearon hasta apagarse. La lámpara colgante del techo se balanceó amenazando con caerse. Y un chillido espantoso resonó por todo el cuarto, rajando un espejo. Claro que podría haber aparecido de una forma menos teatral, pero me gustaba dar espectáculo y asustar a cualquiera que se atreviese a invocarme. Y ahí estaba yo, en el centro de una gran estrella de cinco puntas dibujada en el suelo, encerrado en esa prisión mágica que había abierto el Portal al Otro Lado, trayéndome a este mundo. Había elegido la forma de una sombra flotante para aquella aparición, y cuando volvió la luz me revelé como una oscuridad intensa y de contorno nebuloso. Al menos no era tan feo como el humano que había ante mí, en su propia estrella de cinco puntas, adornada con las runas mágicas de protección que me atrapaban a mí y me impedían atacarle, cosa que sin duda habría hecho de haber podido.

Mientras aguardaba a que se decidiese por fin a hablar, estudié sus rasgos. Era alto y delgado, de tez pálida, con un extraño sombrerito de picos y una túnica negra que le caía desde los hombros hasta los tobillos. Lo más llamativo era que le faltaba un ojo; y aquel tuerto tenía el ojo bueno enrojecido, quizá por pasarse noches sin dormir estudiando antiguos manuscritos de hechicería. Los hechiceros son tan ridículos...

-¡Te ordeno que me reveles tu nombre! -dijo por fin el hechicero. Qué ganas de hacerme perder el tiempo; si había logrado invocarme tenía que conocer mi nombre.

-Yo soy Khamûl, soy la Sombra de Oriente, genio de miles de años, constructor de murallas en el Imperio Persa, de palacios en el Indostán, el Terror Negro de los bosques de Transilvania. Yo he luchado en mil batallas, en las guerras imperiales de China, en la Batalla de Megido bajo las órdenes del faraón Tutmosis III; he servido a los más grandes hechiceros de la historia de tu especie, humano mortal -respondí dándome aires. Todo eso era verdad. Innecesario, pero verdad. Ya que él quería jugar a perder el tiempo, al menos quería aportar algo interesante.

-¡Por las imposiciones del círculo, las puntas de la estrella y la cadena de runas, soy tu amo! ¡Te someterás a mis deseos! -siempre la misma cantinela, los hechiceros saben mucho de conjuros pero muy poco de originalidad.

-¿Cuáles son tus órdenes? -no tenía más remedio que someterme a su voluntad, si no quería que me aplicase los dolorosos conjuros de castigo. Cualquier cosa con tal de acabar cuanto antes con aquello y así poder regresar a mi mundo, El Otro Lado, un lugar de esencia pura donde descansar lejos de este mundo material que daña mi esencia.

-Te ordeno que robes el Anillo de Samarkanda, que está en la casa de Gandalf Lovelace, y que me lo traigas cuando te invoque mañana al alba.

Admito que esa petición me dejó perplejo. La mayoría de hechiceros suelen pedir tonterías, relacionadas con conseguir coches, mujeres, destruir a enemigos de menor poder... pero este encargo era mucho más atrevido. Había oído hablar del tal Gandalf, un hechicero muy poderoso. O mejor dicho, un hechicero capaz de invocar a espíritus muy poderosos, ya que la verdadera fuente del poder de los hechiceros somos nosotros.

-¿Estás seguro de que quieres eso y no otra cosa? Podría conseguirte las braguitas de alguna mujer que te guste, piénsalo. Solo tengo que convertirme en tampón, colarme en su bolso, y...

-¡Silencio! -me interrumpió. -Harás lo que te he ordenado; tienes una noche para conseguirlo, así que vete ya -y dicho eso formuló las palabras que me liberaban de la estrella de cinco puntas, dejándome partir al exterior.

Al salir pude ver que había estado en la habitación del último piso de un alto rascacielos, en Londres. Conocía aquella ciudad, pues tiempo atrás el hechicero Goering (uno de los principales servidores del tirano conocido como Hechicero Tenebroso) me había invocado para participar en los ataques al Reino Unido, cuando Alemania trató de conquistar el mundo y exterminar a los hechiceros "sangresucia" (como los llamaban nuestros amos alemanes).

No sabía en qué año me encontraba, pues en El Otro Lado el tiempo transcurre de manera diferente, y cuando vuelvo allí pierdo la noción del tiempo de este mundo. Mi última invocación fue en el año 2006, cuando uno de los hechiceros del séquito del presidente español Zapatero me encargó espiar a varios políticos y economistas extranjeros para averiguar el futuro económico. Yo, por supuesto, me enteré de todo, pero como el muy inútil había formulado su orden de un modo ambiguo, me tomé la libertad de interpretarlo como quise, y le transmití una información técnicamente incorrecta. Resulta muy divertido fastidiar a los humanos, y cuando algún hechicero comete el error de no decir lo que desea con total precisión se la jugamos como podemos. Es una pequeña venganza por atreverse a invocarnos.

En aquella ocasión ya había oído hablar del hechicero Gandalf, aunque no sabía que viviese en Londres. Pero supuse que no habría transcurrido mucho tiempo, probablemente menos de veinte años, pues en cuanto un hechicero alcanza poder y fama los demás hechiceros no tardan en destruirlo. Son tremendamente competitivos y envidiosos esos hechiceros; menos mal que son solo una parte minoritaria de los humanos, y la gran mayoría son solo plebeyos insignificantes, que viven contentos bajo el dominio de sus líderes hechiceros.

Así pues, tuve que ponerme a buscar la casa de Gandalf. Adopté la forma de un cuervo, ya que me gusta transformarme en animales, especialmente si son negros. A ojos de los simples mortales, entre la oscuridad de la noche solo se podía ver a un pájaro negro volando sobre los tejados de Londres. Únicamente las criaturas mágicas pueden ver el resto de planos, en los que se descubre nuestra auténtica forma. Yo era cuervo en los seis primeros planos, y únicamente en el séptimo se veía cómo soy en realidad; los entes más poderosos podemos cambiar nuestra forma a voluntad en esos seis planos, mientras que los trasgos, duendes, diablillos y otros seres inferiores solo pueden ocultar su forma en el primer plano, el que ven los mortales.

No tardé mucho en localizar la casa de Gandalf, pues a juzgar por su reputación, era el único que podía tener una casa como aquella: tal vez fuese porque era una mansión impresionante, o porque en los planos superiores desprendía un aura mágica de hechizos de protección (como todas las casas de hechiceros poderosos), o quizá fuese porque había un cartel que ponía "Gandalf's house".

El caso es que allí estaba ella, y ahí estaba yo, posado sobre un poste telefónico a 50m del jardín. Me quedé contemplando los sistemas de protección que tenía la casa, para idear un plan. Necesitaba colarme sin ser detectado. Lo último que quería era que un hechicero de la talla de Lovelace tuviese motivos para querer vengarse de mí.

Cuando se me ocurrió cómo entrar, me puse alas a la obra. No había tiempo que perder, en cuestión de horas mi amo me invocaría y tendría que llevarle el Anillo. En primer lugar me transformé en mosquito y volé hacia la casa; esperé en el borde del jardín contando la frecuencia de los pulsos de la barrera mágica que aparecía en ese borde, cada tres segundos, y justo cuando desapareció en un momento la atravesé antes de que reapareciese. Primer obstáculo superado. El siguiente era más complicado, tenía que sortear la vigilancia de un perro que en el tercer plano se revelaba como un trasgo de cien ojos. Si quisiese podría haberlo destruido con un rayo, pero eso habría llamado la atención, y mi intuición me decía que había seres mucho más poderosos por allí, cuya atención no me convenía atraer sobre mí.

Bajé hasta el suelo y me convertí en hormiga. No podía pasar por encima del trasgo sin que me viese, pero con paciencia logré acercarme a él y pasar bajo sus patas, colándome en la casa por la ranura bajo la puerta. Allí había una señora limpiando el suelo, y me vio. Intentó aplastarme con el zapato, obligándome a transformarme en humo para salir de debajo de su pie (no habría podido hacerme nada de todas formas, pero cuando alguien me aplasta suele darme un picor en la esencia que no hay manera de rascar). Comprobé que era una simple plebeya, y para librarme de ella me transformé en murciélago y me la comí (tragarse a un humano es un proceso truculento del que ahorraré detalles; normalmente es preferible comerse a otros espíritus, pues su esencia mágica nos da más energía, y además no tienen huesos, cosa que odio de los humanos).

Después fui volando hacia el piso de arriba, y me colgué en una esquina del techo. Se notaba el aura de poder manando de una habitación en concreto, cuya puerta parecía normal en el primer plano, pero en el segundo tenía runas de fuego que no inspiraban confianza. Suerte que los humanos, incluso los hechiceros, son tan simples que a menudo solo protegen las puertas. Me transformé en taladro con silenciador y perforé la pared junto a la puerta, dejando un agujero que conectaba con el interior de la habitación; luego tomé la forma de mosquito y entré por ahí.

La habitación estaba plagada de tesoros, como varas mágicas, sombreros conjurados, túnicas de protección mágica, y otros objetos con runas o espíritus encerrados en su interior. También había muchos manuscritos llenos de conjuros y otras lecciones de hechicería. Era todo un arsenal de magia, que mostraba el gran poder que tenía su dueño. El Anillo de Samarkanda se encontraba en el centro de la habitación, bajo una campana de cristal sobre un pedestal, y con unos barrotes de plata que dañarían la esencia de cualquier espíritu que los tocase. La sola visión de esa plata provocó un estremecimiento en mi esencia, y tuve que transformarme en sombra para que no me hiciese tanto daño.

Por desgracia, eso me distrajo, y no vi que había otra barrera mágica justo delante de mí hasta que fue demasiado tarde. La atravesé y se activó, provocando una vibración en los planos. Inmediatamente sentí una presencia acercándose, y en dos segundos se abrió un portal mágico del que salió un oso gigantesco (preferiría no decir cuál era su forma en el séptimo plano, pero era realmente aterradora). No había tiempo que perder, me alejé de él, interponiendo la plata entre los dos. Él debería haberla evitado, pero era tan bruto que se abalanzó contra mí, llevándose el pedestal por delante. Todo se rompió y cayó al suelo, oso incluido, retorciéndose de dolor por haber tocado la plata. El Anillo había caído y rodado hasta quedar a los pies del oso, así que tuve que aprovechar esa ocasión.

-Eso te pasa por usar la fuerza en vez de la inteligencia -y dicho eso le lancé una detonación a la cara que le estalló en los morros, permitiéndome acercarme como una centella a sus pies, coger el Anillo y salir huyendo sin mirar atrás.

A pesar de darme prisa, noté que me perseguía. Sus detonaciones estallaban detrás de mí, haciendo saltar por los aires las paredes. Empleé el truco de proyectar mi imagen fuera de mí, y le hice creer que me dirigía al salón cuando en realidad bajé al sótano. Si él se hubiese molestado en revisar los planos me habría pillado, pues un ser poderoso como él podría haberlo visto todo. Por suerte para mí, lo que tenía él de poderoso le faltaba de astuto, y se dejó engañar. Aunque en el sótano me aguardaba otra sorpresa.

-Hola Khamûl -dijo una voz a mis espaldas en cuanto hube sellado la puerta con un escudo mágico. Me volví de inmediato para ver a quién me enfrentaba.

-Smaug, cuánto tiempo -traté de aparentar tranquilidad, aunque su presencia allí era sumamente inquietante. -Ya he visto a Beorn, tan encantador como siempre -ironicé.

-Sí, es muy impulsivo -coincidió, acercándose lentamente hacia mí. -Me parece que llevas algo que pertenece a mi amo, haz el favor de devolvérmelo -extendió una mano, que tenía en su forma humana del primer plano, aunque lo preocupante era su cola, que se veía en el séptimo plano reptando por mi flanco.

-Me temo que, al igual que tú, también tengo órdenes de mi amo -retrocedí hacia la pared, pegándome a ella para evitar que me sorprendiese por la espalda.

-Vamos, Khamûl, nos conocemos ya lo bastante como para no perder el tiempo con estas tonterías. Te tenemos atrapado, y ni tus poderes ni tus habituales tretas te librarán de esta. Entrégame el Anillo, y quizá te permita salir con vida.

En el séptimo plano vi cómo sonreía con su enorme hocico lleno de dientes, al tiempo que extendía sus alas preparando un ataque. En la puerta resonaban las detonaciones de Beorn, que por fin se había dado cuenta del engaño. El escudo que había puesto estaba resistiendo sus ataques mágicos, pero no tardaría en ceder. Reculé hasta el fondo del sótano, dejando que Smaug me bloquease la salida hacia la puerta.

-¿Sabes una cosa? -dije. -Si fueses tan poderoso como te crees, entonces no estarías aquí guardándole la casa a tu amo como un simple esclavo -y traté de hacerle un corte de mangas, aunque el gesto pudo quedar confuso al hacerlo con la inconcreta forma de una sombra.

-¡¿Cómo osas?! ¡Yo soy fuego! ¡Yo soy muerte! -gritó encolerizado, a punto de atacarme. Justo como yo quería, pues en ese momento retiré el escudo de la puerta y una detonación de Beorn la atravesó y alcanzó a Smaug en la espalda, derribándolo y dejándolo aturdido. Beorn entró arrollando y se lanzó contra mí. Solo tuve que apartarme en el último momento para que se estrellase contra la pared, y luego huí por la puerta, no sin antes hacer una pedorreta para burlarme de mis rivales.

Al salir de la casa me encontré con varios genios centinelas, que en el primer plano tenían todos forma de águilas. No eran tan poderosos como yo, pero no podía con todos a la vez, así que adopté la forma de un ave fénix, chamusqué con una llamarada al águila que tenía más cerca y me alejé volando como una centella. Las águilas me persiguieron, pero no tardé en dejarlas atrás, y en cuanto les di esquinazo volví a transformarme en un cuervo, mucho más discreto; solo llamaba la atención el Anillo que llevaba en el pico.

Había logrado cumplir mi misión, y esperaba que mi amo me permitiese regresar al Otro Lado. Faltaban dos horas para el amanecer, de modo que busqué un árbol en el que refugiarme y aguardar a que pasase el tiempo. Y lo pasé planteándome unas cuestiones muy serias: ¿Qué querría hacer mi amo con un amuleto tan poderoso? ¿Debía temer una venganza por parte de Gandalf Lovelace? ¿Y estaría rico ese gusano que se arrastraba sobre una hoja?

Lo último lo resolví fácilmente, y sí que estaba sabroso. Pero lo demás era más complicado. El tuerto del ojo rojo pronto tendría su Anillo, aunque algo me decía que ahí no se acabarían mis problemas. El del ojo iba a provocar una guerra contra Gandalf, y necesitaría siervos poderosos y astutos como yo. Esa no sería la última vez que me tendría que enfrentar a Beorn y Smaug. Faltaba una hora para que me invocase, y solo podía aguardar a ver qué me deparaba el futuro, a mí y a la sociedad de hechiceros, sobre la que se cernía una sombra más oscura que yo mismo.

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