Sigur_enano

Sigur · @Sigur_enano

30th Dec 2013 from TwitLonger

@goblinoide [Relato de navidad]

Dedicado a los Ur-Mi.

Sigur miró su calendario, el que él mismo hacía cada mes.
Tachó con un carboncillo el día veintidós y se giró para subir a su litera a coger su zurrón. Se sentó en la cama y comenzó a sacar cosas de su macuto. Una caja en la que guardaba celosamente las piedras que iba encontrando y que le parecían más bonitas, una pizarra pequeña en la que solía escribir lo que decía cuando la gente no le entendía, su bufanda, un gorro de repuesto, porque nunca se sabe lo que puede pasar, su cuadernillo, en el que solía dibujar; y por último, un bote lleno de monedas que llevaba un año ahorrando.

Miró el tarro y lo zarandeó escuchando el tintineo de las monedas chocando contra el cristal y unas contra otras. Por su mente pasaba una única cosa, una duda que llevaba preguntándose ya varios días, ¿tendría suficiente dinero?; solo había una forma de descubrirlo.

Volvió a meter todas sus cosas al zurrón y bajó de la litera con él ya al hombro, se dirigió a su perchero, se abrigó y se caló el gorro hasta los ojos. Salió del cuarto dispuesto a ir al mercado cuando...

- ¿A dónde vas?

La vocecilla aún acatarrada de su hermana le sobresaltó.
Intentó pensar una excusa rápida y que pareciera creíble y cruzó los dedos tras la espalda antes de decirla.

- A dáh u' pafeo.

- ¿Hasta dónde? ¿Puedo acompañarte?

¿Por qué insistía? Además acababa de poder levantarse de la cama hacía unas horas, ella misma sabía que no podía salir a la calle o volvería a enfermar.

- Do fé hafta ónde iré, y do puéf venir, tiéf que defcanfar.

Viendo que su hermanita empezaba a hacer un pucherito, el pequeño se acercó a ella y le dio un abrazo, como él decía, "d'ofo" y prometiéndole que no tardaría mucho y que cuando volviera jugarían a lo que ella quisiera, se giró, y salió de la casa en dirección al mercado.

Cuando ya había llegado, revolvió en su zurrón, de nuevo, y sacó su cuaderno de dibujo, lo abrió por el final y sonrió al ver la lista de cosas que tenía que comprar, recordando el trabajo que le había costado decidirse.

Al primer sitio al que se dirigió, fue al puesto de muñecas de trapo que tan de moda se habían puesto. En cuanto se acercó allí, la tendera le reconoció, pues ya se había pasado por aquel puesto varias veces en las últimas semanas, incluso le había pedido a la señora que le reservara una de aquellas muñecas, hacía dos días.

- Buenos días, Sigur, ¿vienes a por la muñeca? ¿Te has decidido al fin? -le dijo la tendera con una sonrisa.

- Bueof 'íaf. -saludó educado, antes de asentir, devolviéndole la sonrisa.- Fí, m'a llevo, pa' mi'rmanita.

La tendera, muy amable, salió de detrás del puesto con la muñeca ya envuelta en una tela verde, atada con una cuerda muy fina y vistosa.

- Toma, cielo, me he tomado la libertad de envolverla, así te ahorro trabajo.

Sigur le dio las gracias y el dinero que habían acordado por la muñeca. La mujer, tras coger el dinero y devolverle unas monedas para que se comprara unos dulces, pues le parecía un crío encantador, le dio un beso en la mejilla volvió a meterse por detrás del puesto.
El niño, colorado como un tomate, metió el bulto en su macuto, se guardó las monedas en el bolsillo, se despidió de la tendera y prosiguió su camino hasta el puesto del ebanista.

Una vez llegó, se asomó como pudo para ver lo que tenía. El hombre estaba ocupado con otro cliente, así que Sigur, esperó paciente, dibujando en su cuaderno lo que quería comprar para su tío, ya que no sabía el nombre del objeto, y no quería complicarse explicándole lo que estaba buscando.

- Hola, jovencito. -le saludó el ebanista.- ¿Qué estás buscando?

- Efto -le respondió Sigur mostrándole el dibujo que acababa de hacer.

- ¿Un cucharón de madera?

- Fí, efo mifmo, ¿tenéif ahguno?

- Sí, aquí tengo uno. -le dijo el hombre mirando al niño con gesto extraño por la forma en la que hablaba.- ¿Te lo quieres llevar?

- Fí, poh favoh, ef pa' mi tito. -Sigur sonrió y le dejó un puñado de monedas encima del mostrador, entre un objeto raro, que el pequeño no sabía lo que era y las pipas de fumar, que estaba cuidadosamente colocadas.- ¿Con efto me llega, feñoh?

- Y te sobra, muchacho. -el hombre soltó una carcajada.- Con eso puedes comprarte cuatro cucharones.

- ¿Y un 'ucharóh y uha 'ipa? -le preguntó el chiquillo, señalando con un dedito una de las pipas que tenía al lado.- Ef pa' mi apá.

El hombre al fin cayó en la cuenta de lo que el niño estaba pretendiendo, y sin poder creerse que aquel renacuajo estuviera comprándole cosas como si fuera un adulto, salió de detrás del puesto y cogió al pequeño en volandas para que pudiera escoger la pipa que más le gustara.

- Tú dirás cuál quieres, mocoso.

Sigur las observó todas al detalle, sin atreverse a tocar ninguna.

- Efa. -le dijo el niño señalando una que tenía un dibujo tallado que se parecía a Ozzy.

Sabía que a su madre le encantaba aquel repugnante animalillo que correteaba por casa, y en su bendita inocencia creyó que si su papá fumaba en una pipa que se parecía a Ozzy, a su madre le molestaría menos.

- Muy bien. -el hombre volvió a dejar al chico en el suelo y cogió la pipa y el cucharón y se los envolvió en una tela marrón y las ató con una cuerda fina.- Toma, renacuajo.- le dijo el carpintero dándole los regalos y devolviéndole las monedas que le había dado de más.

- 'Uchaf graciaf, feñoh. -le dijo Sigur metiendo en el zurrón la pipa y el cucharón y tachando de la lista el nombre de su padre y el de su tío Bombur, y prosiguiendo su camino.

El ebanista volvió a su trabajo entre carcajadas al ver al niño marchar con el zurrón rebosando de regalos.

El siguiente nombre de la lista era Bifur, y tenía bien claro lo que iba a ser para él. El tito Bifur siempre le regalaba juguetes, ya iba siendo hora de devolverle el favor, así que su siguiente parada fue el puesto de un juguetero, al cual le dijo que quería un caballito de madera pintado, y le pidió, por favor, que se lo envolviera, que era para su tito Bifur.

Tachó le nombre de su tío y pasó al siguiente, Vorki. Un saquito de cuero para guardar monedas, eso era lo que necesitaba su tito, así que se encaminó al puesto del curtidor.

Lo pidió, lo pagó y lo guardó en su zurrón, que ya le pesaba bastante. Miró de nuevo la lista, le quedaban tres nombres más.

El tenderete al que se dirigió ahora fue a uno de telas en el que tenían unos pañuelos que a su madre le encantaban y que siempre se paraba delante de ellos para mirarlos todos.

- Bueof 'íaf. -saludó a la tendera.- ¿'Odría darme uho d'efof pañuelof d'ahí? A 'oder fer azul, poh favoh.

La señora le enseñó unos cuantos del color que había pedido y el chiquillo escogió el que creía que más le iba a gustar a su madre. Lo pagó y lo guardó ya envuelto en una tela de un azul más clarito que el del pañuelo.

Sigur, con una sonrisa triunfal decidió que era el momento de hacer una pausa, pues el siguiente nombre de su lista era el de su prima Bombeta y aún tenía que decidir ciertas cosas, así que buscó el puesto de los dulces en el que tenían los pastelitos que tanto le gustaban y con el dinero que le había devuelto la señora de las muñecas de trapo se compró unos cuantos y pidió una cosa específica que iría a recoger al día siguiente.

Marchó del mercado y correteando por las callejuelas y galerías de la Montaña llegó a uno de los sitios que más le gustaban, las terrazas. Estaban nevadas, así que se quedó sentado dentro de la Montaña, pero asegurándose de que le llegaba la brisa del exterior y que podía ver la nieve caer en grandes copos.

Revolvió en su zurrón y sacó su caja de piedras, la abrió y cogió cuatro de ellas. Una era de color rojizo oscuro y opaca, le gustaba, pero tenía demasiadas vetas, no creía que le sirviera para lo que quería, así que fue la primera que descartó; otra era marrón, sencilla, pero nada vistosa, aunque era más plana que la anterior y en ella podría hacer lo que pretendía, la descartó, pues no le parecía que fuera bonita para hacer un regalo; la tercera y la cuarta eran casi idénticas, una blanca por completo, y redondita, y la otra blanca y azul, eran las que más le convencían, así que las dejó fuera y guardó las que había descartado. Se arrimó más a la fría roca de la montaña y cogió uno de los pastelitos y mientras miraba las piedras, intentando decidirse, se lo comió. Llegó al tercer pastelito y aún no sabía cuál le gustaba más, así que recogió todo, se limpió la boca con un pañuelo que por costumbre llevaba en el bolsillo de su pantalón y, guardando a buen recaudo las dos piedras, se encaminó de nuevo al mercado, y una vez llegó buscó al joyero.

- Bueof 'íaf, feñoh. -saludó Sigur.

- Tardes, casi, muchacho, ya estoy recogiendo, hay que ir a comer. -le contestó el enano guardando las cosas que tenía en el puesto.

El niño no se había dado cuenta de que la mañana se le había echado encima.

- ¿'Iene un fegundo pa' ayudarme en u' afunto? -preguntó educadamente el pequeño, cruzando los dedos tras la espalda.

- ¿De qué se trata, hijo? -al joyero le resultaba familiar aquel niño, y también su peculiar forma de hablar.- ¿Te importa explicármelo de camino al taller?

- Do, poh fupuefto, ¿necefita ayuda, feñoh, le llevo algo?

El enano carcajeó y negó viendo que el chiquillo ya iba suficientemente cargado, y le hizo una indicación para que le siguiera.

- A ver, dime qué necesitas saber.

- Me 'uftaría faber cuál d'eftaf dof piedraf ef mejor pa' grabar unaf runaf. -se explicó el niño sacando las piedras del bolsillo de su chaqueta y mostrándoselas.

- Mmmm... Espera a que lleguemos al taller y las pueda mirar con más detenimiento, ¿tienes mucha prisa?

- Do, ef importante que termine efto hoy, fi no mi prima fe quedará fin regalo.

- Ah, entiendo, ¿para el solsticio de invierno?

Sigur asintió y se guardó, de nuevo, las piedras en el bolsillo. Caminó junto al enano hasta el taller pensando en la bronca que le iba a caer por no llegar a tiempo a casa a comer, pero si era capaz de terminar las tareas que tenía en mente para aquel día, la reprimenda habría merecido la pena.

El joyero abrió la puerta del taller le indicó al pequeño que entrara.

- Bien, déjame ver esas piedras, chico. -le dijo al tiempo que dejaba todas las cosas que levaba del mercado.

Sigur, rápidamente, sacó las piedras el bolsillo y se las tendió, nervioso, pero no sabía bien si era por saber el consejo del joyero o por la regañina de su madre por las horas a las que iba a llegar a casa.

- ¿Y qué quieres grabar?

- Bombeta, feñoh, afí fe llama mi prima.

- Creo que en la azul y blanca se verá mejor. -el enano le devolvió las piedras.- ¿Lo vas a grabar tú?

- Do, auhque fí 'engo 'aterialef con lo q'hacerlo.- miró al joyero un momento y guardó la piedra que había descartado.

No había caído en la cuenta de que la piedra no se grababa sola. Hizo un mohín viendo cómo todo lo que creía que le estaba saliendo bien empezaba a derrumbarse poco a poco; si su prima no tenía regalo, el resto tampoco, no podía hacer distinciones, era su familia.

- Déjame la piedra y ven mañana por la mañana hasta aquí.- le dijo el joyero al ver la cara que había puesto.- Eres Sigur, el hijo de Brimi, ¿no? No puedes pedirle a tu madre que lo haga sin que te descubra, y tampoco puedes hacerlo tú, porque no sabes y eres demasiado pequeño. Yo lo haré, no puedo negárselo a alguien que en un futuro puede que sea del oficio.- se ofreció el enano sonriéndole y revolviéndole el pelo.

A Sigur le cambió la cara por completo y le dejó la piedra feliz, prometiendo que volvería a la mañana siguiente.

***************

[Al día siguiente por la noche(día 24)]

Se levantó muy entrada la noche y cogió su zurrón, que había escondido cuidadosamente para que nadie encontrara los regalos, y, descalzo, se recorrió las habitaciones de la casa Mi, donde estaba toda su familia reunida durante aquellas fiestas, y fue repartiendo los regalos y dejándolos al lado de las camas.

Al tío Bifur su caballo de madera pintado; a Bombur el cucharón; a Vorki el saquito de cuero para meter las monedas; a su abuela un montón de torrijas que había encargado expresamente para ella y que se las había ingeniado para mantenerlas durante un día entero escondidas y en la calle al fresco, que, aunque no sería iguales a las que ella hacía, ni mucho menos, no tendría que trabajar en aquel día tan especial; a su padre una pipa nueva, y a su madre un pañuelo de los que le gustaban; a su hermanita una muñeca de trapo; y por último, a su prima, un colgante con su nombre grabado.
El joyero se las había apañado para devolverle, incluso, parte de la piedra, ya que había cortado una lámina y, sin que el niño se lo pidiera había hecho un collar. Sigur esperaba que a su prima le gustara aquel collar tanto como a él.

Una vez tuvo todos los regalos repartidos buscó a Ozzy y le tiró, porque ni por asomo se iba a acercar a aquella criatura que tanta grima le producía, un cacho de pan dulce que había cogido de la despensa.

- Y do creaf q'efto ef uha declaración d'amiftad... cofa.

Y tras advertir al animalillo se volvió a la cama nervioso por ver las caras que pondrían todos al día siguiente.

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