Eodaron

Eodaron · @Eodaron

30th Dec 2013 from TwitLonger

@Goblinoide
El otoño finalizaba dando lugar al frío invierno y eso sólo podía significar una cosa: La llegada de la feria anual a la capital, Edoras.

Toda la capital era ahora una ciudad activa y ajetreada, pues dicha feria tenía fama por su humilde origen y antigüedad, y la gente de todos los lugares, tanto de ciudades, como de aldeas se acercaban todos los años a visitar la capital. Se podía notar la felicidad de la gente en el ambiente: Niños saliendo con sus padres para ver como montaban los puestos donde traían siempre extraños abalorios y grupos de jóvenes adolescentes que se apuntaban a pequeños torneos que se celebraban donde podrían exhibir sus dotes de batalla y ganarse una pequeña fama.

Toda la gente era feliz, o mejor dicho, casi toda. Eodaron, que había a sus padres a temprana edad era un chico asocial con otros, y cuando alguna mujer se le acercaba se ruborizaba. Odiaba con todas sus fuerzas esta época del año. Ver o simplemente escuchar los gritos de los niños ilusionados le ponían de mal humor, pues sentía una envidia que se transformaba en ira. Se obligaba a sí mismo encerrarse en el establo en el que cuidaba diariamente a los caballos que posteriormente su tío, único familiar que le quedaba y persona que le cuidaba, vendía. Se obligaba a sí mismo encerrarse porque sabía que si salía y veía a tantos niños con sus padres le entraría una rabia que no podía contener, y al final acabaría siendo conocido por todos con una reputación de escandalizador.

Ya había oscurecido y el continuo jaleo que gobernaba Edoras por el día había cesado. Empezaba a hacer frío, pero cuando se decidió a salir del establo, la puerta de éste se abrió y por ella un rostro que él bien conocía se asomó, era su señor, Erkenbrand. -¿Ayo?- Preguntó frunciendo el ceño, pues le resultó extrañó verlo ya que él mismo le había dejado exento de sus obligaciones de escudero durante una semana.
-Sí, muchacho, soy yo- Respondió con un pequeño susurro y prosiguió- Vine para preguntarte si querías acompañarme a la que sería tu primera misión. –Eodaron, sorprendido por la propuesta de su señor pensó que sería lo mejor, no estaría en la capital, que era lo que él quería, salir de ese infierno. Y afirmó- ¡Claro! ¿Cuándo saldremos?-Preguntó con renovada ilusión. A lo que Erkenbrand contestó- Muchacho, saldremos en cuanto el los primeros rayos de sol iluminen Edoras. Así que deberías prepararte lo justo ahora y descansar- Eodaron esbozó una sonrisa y salió corriendo hacia la casa no antes de haber cerrado el establo.

Ya empezaban a asomarse los primeros rayos de sol por la ventana de su habitación. Eodaron no había podido dormir en toda la noche, pues los nervios le hacían dar vueltas en la cama sin parar preguntándose qué tipo de misión sería. Así que sin más dilación salió de la cama, bajó las escaleras de puntillas para hacer el menor ruido posible, y salió a fuera, donde Erkenbrand lo miró sorprendido con una sonrisa- ¿Ya estás en pie? Pues en marcha, no hay tiempo que perder. Por cierto, me he tomado la molestia de prepararte un caballo. Sígueme.

Se pusieron en marcha, el día transcurría lentamente y los rayos de sol, aunque eran débiles calentaban lo suficiente para no pasar frío. Atravesaron algunas aldeas, mas en ninguna se detuvieron y, Eodaron y Erkenbrand no cruzaron palabra alguna en todo el trayecto.

La noche había caído y consigo la oscuridad y el frío habían llegado. Erkenbrand encendió una fogata, aunque no le gustase, pues podría atraer cualquier tipo de criaturas, pero quería mantener al muchacho tranquilo- Hoy ha sido una larga jornada para ti, muchacho. Yo haré guardia. Descansa como mejor puedas.- Y dicho y hecho, pues la noche anterior no había podido dormir y ahora estaba realmente cansado, y aunque no fuese demasiado cómodo el suelo, concilió el sueño rápidamente.

A la mañana siguiente Eodaron fue despertado por algunas aves, que empezaron a trinar con los primeros rayos del alba, se desperezó y buscó a su ayo. Al localizarlo sonrió un poco, pues le ha salvado del sufrimiento de estar encerrado aguantando la felicidad de los demás. -¿Salimos ya?-Preguntó Eodaron mientras se echaba un trozo de pan a la boca.- Primero toma algo, llegaremos a nuestro destino al anochecer. Dormiremos allí y emplearemos otro día de vuelta. –Eodaron se quedó pensativo unos momentos, y al fin asintió.

Se habían puesto en marcha horas atrás y nada había provocado que tuvieran que parar o aminorar el ritmo de la marcha. Era una mañana de invierno tranquila, apenas hacía aire y los rayos de sol ya empezaban a calentar el suelo. Eodaron montado en el caballo observaba los alrededores, intentado ver cosas que destacasen en el entorno para memorizar el camino, y Erkenbrand, lo miraba de reojo a ratos para asegurarse que le seguía y no se distraía demasiado. Al final, Eodaron, que ya se había quedado sin ideas para matar el tiempo durante el viaje, se acercó a Erkenbrand quedando a la par para que le contase algo.- Perdone por importunarle, señor. Pero puedo saber ¿Cómo fue su primera misión? Claro… si se acuerda. –Erkenbrand, que llevaba esperando tiempo dicha pregunta empezó a contarle la historia, que fue enlazando con otras y añadiendo algunos toques para que no se hiciese muy pesada.

-¿Qué te parece? hemos llegado ya a nuestro destino- Dijo Erkenbrand, y Eodaron salió de su ensimismamiento. Al no ver nada llamativo le preguntó. -¿Y qué haremos aquí?-Erkenbrand, levanto la mano y con una sonrisa le contestó- Tu descansar ya. Ahora toca mi parte. He de tratar unos asuntos con unos montaraces. Son muy peligrosos, no quieras tenerlos en tu contra. Si alguno se acerca a ti no te sorprendas ni hagas ademán de atacar. Y muestra siempre respeto hacia ellos, pues con quien voy a hablar es con Halbarad. –Y tras este último consejo Erkenbrand hizo una pequeña fogata para que Eodaron estuviese más tranquilo en su ausencia y desapareció entre la oscuridad. Todo el mundo que se interesase un poco en asuntos de Gondor sabía quién era Halbarad, no se sabía mucho sobre él, pero sí que era mencionado muy a menudo, pues era familia del mismísimo rey.

Eodaron se acercó a la fogata para calentarse, pues no hubiese pensado jamás que las mantas bajo las que el dormía podían darle tanto calor, y no se había echado apenas abrigo. Se sentía observado, pero siguió el consejo de su amo y prefirió no desenvainar la espada.- ¿Quién hay ahí? No he venido a hacer daño a nadie. –Intentó parecer tranquilo, pero su voz le temblaba. A los pocos segundos apareció una mujer de la nada, iba muy tapada, tanto que apenas se podía apreciar sus rasgos de mujer. Y ésta le contestó con un tono sarcástico.- Aunque intentases hacernos daño no lo conseguirías. -Soltó una risotada y prosiguió.- Si no me equivoco eres… El escudero de Erkenbrand. ¿Verdad? –Eodaron asintió, y se quedó mirando a la fogata, pensativo, intentando no mostrar miedo. -¿Te ha comido la lengua el gato o qué, muchacho? –Eodaron se quedó sin reaccionar unos segundos, pero al final le contestó.- No, es… Solo que no estoy acostumbrado a hablar con la gente, y con las chicas mucho menos. –La montaraz, aunque no se le podía apreciar signo alguno en la cara, se sentó junto a él.- ¿Y eso? ¿Tan crueles somos como para que nos tengas miedo? –Eodaron negó con la cabeza.- Cuando era pequeño… Mi padre murió a manos de los orcos, al poco tiempo mi madre enloqueció y fue con él. Desde entonces no quiero hablar con nadie, siempre acabo recordándolos y no quiero. Ahora hay una feria en Edoras, y escuchar los gritos de los niños me hace sentir mal. –Se hizo una bola y metió la cabeza entre las rodillas. –Te comprendo, muchacho. Pero tienes que saber que no eres el único. Yo perdí a mis padres también siendo joven, pero eso no me implicó dejar de vivir. Ahora que puedes, pásatelo bien. O de lo contrario serás un amargado que nunca llegará a nada. Aunque sea hazlo por tus padres, no ya solo por ti. Al menos inténtalo, la vida te irá mejor. Y respecto a tu primera pregunta, soy Luinwen. –Dicho esto, le palmeó el hombro al muchacho y volvió a desaparecer entre las sombras, dejándolo solo. Eodaron se quedó pensando junto a la fogata meditando las palabras de la montaraz, aunque al final cayó rendido por el sueño al ver que no volvía Erkenbrand.

Volvían a salir por segunda vez los rayos de sol con los que se despertó mientras estaba de misión fuera de su casa y se encontró a Erkenbrand preparando a los caballos para partir lo antes posible. –¿Ayo..? –Pregunto medio somnoliento.- Sí, Eodaron. Vete preparando que vamos a partir. –Eodaron se preparó para la marcha lo más rápido que pudo y por fin se pusieron en marcha.

La marcha de vuelta fue mucho más rápida, algo en Erkenbrand había cambiado, tenía mucha prisa, pero no eran sus asuntos, así que lo dejó estar. Llegaron el mismo día aunque ya caída la noche. Ambos, jinetes y dueños estaban cansados, pero parece ser que las tareas de su ayo no habían acabado. –Chico, cumpliste bien tu misión, ahora estás sano y salvo en tu casa. Descansa, a mí aún me quedan asuntos que hacer. –Erkenbrand le dedicó una sonrisa y se marchó.

Eodaron se metió en la casa corriendo y se metió en su habitación para cambiarse a una vestimenta más cómoda y bajó nuevamente los escalones de tres en tres. -¡Tíío! ¡Ya he vuelto! –Se dirigió a la cocina, donde sabría que estaba comiendo algo, pues era la hora de cenar, en la que era muy estricto. No le gustaba la impuntualidad- ¡Chico! ¿Qué tal te fue? –Le esperaba con una sonrisa al verlo de vuelta, estaba nervioso durante la ausencia de su sobrino, pues su hermano había muerto en una misión, y no quería perder a su único legado.- Pues muy bien, no hubo incidente alguno.- Su tío arqueó la ceja, sospechando que algo le pasaba. Hablaba más que de costumbre y parecía feliz. Eodaron se sentó al lado. –El viaje te ha dado hambre. ¿Cierto? Come algo.- Su tío estaba muy contento con el cambio de su sobrino, suspiró y sonrió de medio lado. –Ya es hora, querido sobrino, de que te devuelva algo que es tuyo. Ven, sígueme.- Eodaron, sin saber de qué se trataba, lo siguió a una habitación, donde en medio de ésta, había una armadura de un eorlinga junto con sus armas. Miró a su tío con una carita que pondría un niño de tres años con un caramelo.- No se qué te ha pasado durante tu primera misión, pero has madurado, chico. Ésta armadura perteneció a tu padre. Ahora es tuya, aunque te quedará un poco grande, ¿no? –Eodaron abrazó a su tío, y le dijo. –Muchas gracias, tío. Mañana me presentaré a un torneo y me gustaría que me vieses. –Y dicho esto, antes de que le diese tiempo a su tío para responder salió corriendo escaleras arriba y se encerró en su habitación toda la noche.

A la mañana siguiente, fue el primero en despertarse, cogió un par de manzanas y fue sin entretenerse a inscribirse en el torneo para jóvenes. Era en tres o cuatro horas, en ese tiempo se dedicó a buscar a Erkenbrand. Tenía la esperanza de haberse alojado en algún sitio de la capital y Eodaron deseaba con todas sus fuerzas que sus únicas personas hasta el momento especiales para él le viesen. Fue una decepción para el chico no encontrarle, apenas faltaban ya diez minutos y la gente empezaba a entrar para ocupar un lugar y contemplar el espectáculo. Al fin sonó una campana que daba por comenzado e torneo, Eodaron había estado tanto nervioso antes en su corta vida, pero no tuvo suerte en poder quitarse los nervios cuanto antes, pues le llamaron de los últimos para combatir. Salió a la arena, le temblaban las piernas de tal manera que apenas se podía sostener en pie, y empezó a buscar a su tío con la mirada, aunque antes de encontrarle a él encontró a Erkenbrand, el cuál le estaba dedicando una sonrisa. El combate había empezado, y Eodaron confiaba en sí mismo y debía ganar aquella batalla, y en efecto, ese fue el resultado, aunque quedase un poco malherido.
En el descanso entre el primer combate y el segundo, estuvo hablando con un grupo de chicos de su edad. Al principio se mostró temeroso a que le rechazasen, pero luego viendo que le habían aceptado, Eodaron se encontraba en un estado de satisfacción consigo mismo. Y aunque no ganase el torneo, a partir de ese día el chico empezó a vivir de verdad.

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