_Tauriel_

Tauriel · @_Tauriel_

28th Dec 2013 from TwitLonger

@goblinoide Mi entrada para el concurso :) Mención especial a @ImThranduil @Archer_Legolas

Acompañamiento musical: http://www.youtube.com/watch?v=POk1NTYKajk&list=PLNlxOCcAvhAN8qZBy70oD-uZfezNEnPPM

– ¡Tauriel! Echuio… [Despierta…] –unas manos amigas zarandeaban con cariño el cuerpo de la pequeña elfa, sumida en sueños–. Echuio, tolo ar nin, Tauriel. [Despierta, ven conmigo, Tauriel.]

La niña se incorporó en la cama, con los ojos entrecerrados. Sus manitas se frotaron los ojos y enseguida se movieron para esconder un bostezo que escapó de su boca.

– ¿Man cárat? [¿Qué estás haciendo?] –preguntó ella, todavía con la voz pastosa.

– Tolo ar nin [Ven conmigo], enseguida lo verás.

El tono amable del elfo pareció convencerla. Descubrió las sábanas y la colcha y se sentó al borde de la cama. Cuando sus pies descalzos se posaron sobre la fría superficie de piedra del suelo, sintió un cosquilleo en los dedos. Ataviada sólo con el camisón de dormir, se cruzó de brazos en un ingenuo intento de mantener el calor de su cuerpo. Las primeras nieves habían caído hace tiempo y el calor del sol no llegaba hasta ellos con la misma intensidad que en épocas más cálidas. Buscó sus zapatos, pero aun las legañas no le permitían ver bien lo que tenía a su alrededor. Los encontró al pie de la cama y ser acercó para calzarse. Cuando se incorporó, con los pies finalmente cubiertos, alguien depositó una bata bien abrigada sobre sus hombros.

La niña levantó la vista, para encontrarse con la sonrisa de Légolas. No pudo evitar contagiarse de su gesto y le devolvió una risita.

– ¿Ya se ha escondido la Luna? –preguntó Tauriel, dichosa.

Légolas negó con la cabeza, incorporándose. Le tendió su mano, antes de responder.

– Elbereth aún no ha reunido a las estrellas, siguen bailando en el cielo. Estás a tiempo de despedirte de ellas, pero debemos darnos prisa.

La niña aceptó la mano del príncipe y echó a andar apresurada, fuera de la estancia. El elfo tuvo que apretar el paso para seguir su ritmo, divertido por verla tan emocionada: parecía que su intento por despertar el interés de Tauriel, para arrancarla de los brazos del sueño, había tenido un éxito rotundo pese a haber dormido sólo unas pocas horas. Esa misma noche habían ofrecido una fiesta por el Solsticio de Invierno, y las fiestas en la casa de Thranduil no eran cortas ni aburridas.

Tauriel parecía aun una niña, aunque había vivido muchos más años que la mayoría de los hombres que caminan por Arda. Su comportamiento impulsivo y enérgico se justificaba con su corta edad, pero cualquiera que tuviese con ella un trato más cercano sabía que aquellas características, que algunos osarían tildar de defectos, eran propias de su personalidad. El príncipe, sobre el que pesaban ya siglos de vida, era uno de los que la conocía bien, por eso disfrutaba con sus juegos, su impaciencia y su carácter desenfadado.

Atravesaron los salones del Rey Elfo como dos niños que corretean en busca de aventuras. Subieron las escaleras que les llevaban a los pisos superiores, más cerca de la superficie, hasta que salieron al exterior. Un bello arco de líneas finas y delicadas, custodiado por un par de esculturas de pétreos guerreros élficos, les dio paso a un pequeño balcón. Las puertas estaban abiertas, aunque no era lo acostumbrado. Al sentir el viento acariciar sus cabellos pelirrojos, Tauriel soltó la mano del príncipe y salió corriendo afuera. Llegó hasta el extremo del saliente de piedra y se apoyó en la barandilla, que le llegaba a la altura del pecho. Miró con fascinación hacia el cielo y sonrió llena de dicha.

– Son preciosas… –susurró emocionada, apretando las manos en torno a la barandilla.

Légolas llegó a su lado, con paso tranquilo.

– Creo que tienen sueño. Brillan con menos intensidad… –comentó él, conteniendo la sonrisa, provocando la respuesta de su acompañante.

– ¡No es eso! Brillan tan bonitas como siempre. Es que el Sol va a despertar y ellas se esconden, para que no les queme –justificó Tauriel, muy segura de sí misma, mirando al príncipe.

– Sabes que no es por eso –Légolas terminó cediendo ante el encanto de la pequeña, y se echó a reír.

– Da igual. De todos modos, van a marcharse… –la niña parecía afectada por aquello. Hinchó un poco los mofletes y miró con cierta lástima otra vez hacia el cielo.

– Deberías despedirte de ellas. Las que vendrán la próxima noche a jugar por la gracia de Eléntari, no serán las mismas –una voz mucho más afilada y fría les sorprendió a sus espaldas.

Tauriel se giró dando un saltito, soltando las manos de la barandilla. A los pies de la entrada estaba su Majestad: Thranduil, ataviado con una larga bata plateada y luciendo sobre su cabeza la Corona Invernal del Bosque Negro. Pequeños frutos blancos simulaban copos de nieve, sobre las hojas oscuras y otras tantas plateadas, que reflejaban esplendorosamente la luz de la Luna. La pequeña elfa se quedó boquiabierta al verle, tan brillante y hermoso. A su lado, el príncipe carraspeó débilmente, sin perder la sonrisa, recordándole que aquella no era forma de recibir a su Majestad. Tauriel cerró la boca instantáneamente y bajó la mirada, avergonzada por su comportamiento.

–Av ‘osto, Tauriel [No temas, Tauriel] –le susurró Légolas, en voz muy baja.

No era temor, sino un profundo respeto el que ella sentía por su Majestad. Él había cuidado de su bienestar desde hacía mucho tiempo y era a su Rey a quien admiraba más por encima de todas las cosas. Si acaso, sólo la Luna y las estrellas podían competir con él.

–A… Alla, melda tár [Saludos, mi Rey] –saludó Tauriel posando su mano cruzada sobre el pecho, a modo de saludo.

– Bienhallada, joven Tauriel –respondió él, antes de dirigirse a su hijo–. Veo que has conseguido despertarla de su profundo sueño, yonya. [Hijo.]

– Tal como pedisteis, ada [Padre] –dijo Légolas, inclinando la cabeza ante su padre.

Tauriel miró a Légolas, sonrojándose al escuchar sus palabras. ¿El Rey le había hecho llamar? Se sentía honrada con contar con su presencia allí, estando solos los tres.

Thranduil se acercó a ellos con el andar elegante que le caracterizaba, y miró al cielo como lo había hecho Tauriel momentos antes. Sonrió. Su sonrisa no era cálida como la luz del sol. Era azul, era pura como el brillo de la plata, era hermosa, como la luz de la luna. Aquella luz era la favorita de Tauriel, siempre le había fascinado el titilar de las estrellas. Encontraba calidez en sus reflejos blancos y brillantes, tan vivos.

Sin darse cuenta, el cielo había empezado a teñirse de rojo. Los tonos rosados invadía la oscuridad de la noche. Fascinada por la mezcla de colores, Tauriel se giró para contemplar el paisaje. Las hojas de los árboles se tornaban rojizas con cada respiración y la luz del Sol se adueñaba poco a poco de todo lo que sus ojos alcanzaban a ver. Un soplido de calor, como una ligera brisa, acarició su piel. Se sentía reconfortante, pues el viento allí era helado. Sin embargo, aquellos rayos dorados avanzaban, en opinión de la niña, arremetiendo sin respeto ni delicadeza, alumbrándolo todo sin pedir permiso. Las estrellas eran mucho más delicadas, la Luna bañaba tímidamente con su luz plateada como una caricia, como si pidiese el consentimiento de las cosas para ser iluminadas por ella.

Cuando Tauriel volvió a abrir los ojos ya había amanecido, y las estrellas había vuelto a esconderse en los brazos de Elbereth.

– ¿Lo has hecho? –preguntó Thranduil, sin desviar la mirada del horizonte, a su lado.

La niña asintió, sonriendo dulcemente.

– También les he dado las gracias, por haber alumbrado todas las noches del pasado año. Por salir a jugar en el cielo y hacernos compañía.

– Bien –el Rey Elfo asintió, y sus ojos se contagiaron de su propia sonrisa.

Se quedaron así un rato más, los tres en silencio. Después, Légolas miró a su padre y éste apoyó la mano en el hombro de su hijo. Un leve gesto de cabeza fue suficiente despedida entre ambos, pues sus miradas desprendían suficiente cariño como para no ser necesarias las palabras. El príncipe se acercó a Tauriel y la tomó por los hombros. La elfa entendió sus intenciones y caminó con él hacia la salida. Antes de atravesar el arco y perderse de nuevo por los corredores de los salones del Rey, la niña se giró hacia su Majestad.

– Ollo vae, melda tár [Dulces sueños, mi Rey] –se despidió de él con las mejillas sonrosadas y cierta prisa.

Sin esperar respuesta, salió corriendo, siguiendo a Légolas.

– Abarad, henig… [Hasta mañana, mi niña] –respondió Thranduil sin mirar atrás, con una sonrisa en los labios.

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