@goblinoide

“Crunch, crunch, crunch… Crunch, crunch, crunch.”

El pequeño Merry Brandigamo no pudo reprimir una sonrisa ante el tenue pero agradable sonido que hacía la nieve al ser aplastada por sus diminutos dientes. Cogió un puñado más y, repitiendo un proceso que ya llevaba un buen rato perfeccionando, se lo metió en la boca. Es importante remarcar el hecho de que esta acción había sido perfeccionada tras varios intentos, pues su bufanda roja y su jersey naranja de lana gruesa habían quedado cubiertos por pequeños montoncitos de nieve que se habían caído en sus primeras tentativas y se instalaban en los pliegues de la ropa aquí y allá.

Saradoc Brandigamo observaba las actividades de su hijo con una mezcla de diversión y preocupación. Cuando el pequeño le dijo que quería ayudar a quitar la nieve de la entrada de Casa Brandi como hacía una buena parte de sus parientes, él no pudo sino aceptar. Lo que en ningún momento había esperado era que la idea de su hijo de quitar la nieve fuera comérsela. Al principio se había planteado corregirle, pero desechó la idea rápidamente al ver lo emocionado que parecía Merry con su tarea. Sin embargo, la posibilidad de que el pequeño enfermara comenzó a atormentarle y no podía evitar pensar en la reprimenda que recibiría de su esposa. Y no el niño, ¡sino él! No, no. Cualquier cosa antes que una disputa con Esmeralda Tuk. ¡Menuda mujer!

- Meriadoc, ven aquí.- dijo intentando (con mucha dificultad) adoptar una expresión grave y solemne. El pequeño correteó hasta llegar a su padre.- Has llevado a cabo una labor ejemplar, hijo, de verdad que sí. Sin embargo… creo que podemos apañarnos nosotros solos con lo que queda.

La decepción en el rostro de Merry era tan evidente; su cabeza gacha, su mirada repentinamente fija en el suelo, su labio inferior sobresaliendo hasta límites exagerados. Saradoc lanzó un suspiro y prosiguió.

- Aunque claro está, sin tu ayuda no habríamos podido acabar hasta... ¡Mañana! ¿Y cómo habrían podido entrar los invitados a la fiesta esta noche con toda esa nieve? Ya te lo digo yo: de ninguna manera, hijo, de ninguna manera. No obstante, creo no equivocarme al decir que a tu madre le hace falta un par de manos fuertes y robustas como las tuyas para acabar con los preparativos dentro. ¿Puedo encargarte esa tarea?

Merry esbozó una gran sonrisa ante la perspectiva de una nueva actividad que dependía, por supuesto, de su gran habilidad para alcanzar el éxito y, después de que su padre acariciara la parte de arriba de su cabeza cubierta de bucles rubios, se perdió en el interior de la casa. Saradoc observó cómo su hijo se alejaba mientras una media sonrisa se dibujaba en su rostro. “Este.- pensó mientras volvía a coger su pala y la clavaba con fuerza en el montón de nieve- Este es el mismo que algún día deberá ser Señor de Los Gamos.”

El ambiente cálido del interior le adormeció enseguida. Se sentía cansado tras el esfuerzo físico, pero debía encontrar a su madre; su padre se lo había encargado. A partir de entonces, la pequeña cabeza rubia de Merry pudo ser divisada por varios hobbits mientras éste recorría los diferentes túneles y estancias de Casa Brandi con aire taciturno en su intento por toparse con su madre. Pero no fue hasta que llegó al salón principal cuando divisó la falda, característicamente azul, de Esmeralda Tuk. El salón estaba abarrotado por otras mujeres Brandigamo que se esforzaban por decorar la casa con guirnaldas y cintas de colores para celebrar la llegada de la primera gran nevada del invierno, la cual se había manifestado en todo su esplendor la noche anterior. Su madre había dicho que acudirían muchos invitados a la fiesta. No solo los Brandigamo, sino también algunos Tuk y Bolger… Incluso algunos de la familia Bolsón. Y es que, a fin de cuentas, todos eran parientes de una forma u otra.

Merry se dirigió hacia su madre, intentando no interferir en el camino del resto de hobbits que correteaban de un lado a otro, y tiró suavemente de su falda. Esmeralda miró hacía el suelo sorprendida para encontrarse con los grandes ojos de su hijo.
- Vaya, vaya, vaya… ¿Qué hace un hobbit tan guapo y tan pequeño y tan solito por aquí?- preguntó con una sonrisa cariñosa mientras se agachaba para ponerse a su nivel.- ¿Acaso viene a hacerme una visita?

Merry se echó a reír ante las palabras de su madre y se acercó para darle un beso en la mejilla.

- Papá me ha dicho que venga y te ayude.
- Conque eso ha dicho tu padre…- paseó la mirada por la estancia buscando, sin éxito, algo que pudiera hacer un hobbit de cuatro años sin entorpecer el ritmo acelerado de los demás.- ¡Ya sé! ¿Por qué no te sientas ahí? Sí, justo en la alfombra. Yo voy a empezar a encender los candelabros y tú debes vigilar que no se apaguen las velas. Es muy importante.

El joven Brandigamo asintió convencido y su madre lo dejó escapar tras darle un fugaz beso en la nariz. Su pequeña y redondeada nariz. Desde la alfombra tenía una vista envidiable de todo lo que sucedía en el salón y se dispuso a enfocar toda su atención en su tarea. Sin embargo, pronto se aburrió de ver a su madre deambular de un lado a otro y comenzó a mirar con deseo la comida que empezaba a amontonarse en la mesa.

- Mamá.
- ¿Si?- preguntó algo distraída.
- Tengo hambre.
- Debes esperar a la cena.
- ¿Habrá tarta?
- ¿De qué?
- De zanahoria.
- No.
-¿Por qué no?
- Porque no.

Merry bajó la vista al suelo, enfurruñado.

- Pero es la favorita del primo Pip.
- El primo Pip no va a venir.- dijo girándose por primera vez en la conversación.
- ¿No va a venir?- la expresión incrédula de Merry estaba impregnada de un matiz extremadamente dramático.
- No, cariño. - el tono de Esmeralda se tornó más dulce- Tu tío Paladín ha estado aquí esta mañana. Al parecer Peregrin se escapó por la noche para jugar con la nieve y se ha resfriado. Debe descansar.

Merry hizo un esfuerzo por procesar la información. El relato de su madre encajaba. Pip era un insensato.

- Pero teníamos un regalo para él.
- Ya se lo daremos.
- Pero tiene que ser hoy.
- Ya basta, Meriadoc.-dijo su madre con firmeza- No quiero oír ni una palabra más sobre este tema.

Dedicó una última mirada severa a su hijo y abandonó la estancia. Merry hizo un mohín y se dedicó a mirar las coloridas hebras de la alfombra con resignación. No podía creer que su primo no fuera a estar en la fiesta, no sería lo mismo sin él. Entonces algo le golpeó la cabeza. En algún momento su primo Frodo había abandonado el rincón en el que se encontraba sentado leyendo y le había lanzado algo. Frodo era unos años mayor que él y, aunque era un hobbit agradable, a veces podía mostrarse algo reservado. Había llegado el día antes acompañado de su tío Bilbo para pasar unos días en Casa Brandi, su antiguo hogar. Merry observó el proyectil; era una manzana. Frunció el ceño mientras la cogía y lanzó una mirada interrogante a su primo. Éste le dedicó una amplia sonrisa mientras susurraba un rápido “No se lo digas a nadie” al pasar a su lado.

El pequeño hobbit guardó su nuevo tesoro y se deslizó bajo la mesa, allá donde las miradas indiscretas no pudieran posarse sobre él. Su estómago gruñía y, sin dudarlo, comenzó a devorar la manzana. Para cuando la terminó, lo tenía claro: aquella noche vería a Pip fuera como fuera.

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Era el momento. Sabía que era el momento. La mayor parte de los invitados estaban en el salón principal; comían, cantaban, reían. Merry sentía el deseo de quedarse. Durante la tarde había logrado colarse en el salón privado de su abuelo Rorimac para pasar un buen rato contemplando el mapa de La Comarca que se extendía sobre gran parte de una de las envejecidas paredes. Había tenido que subirse a la gran mesa de roble de su abuelo, que ocupaba buena parte de la estancia, para poder posar sus dedos sobre el viejo pergamino roído y trazar la ruta que debía tomar. Tras un rato paseando sus dedos por los senderos y caminos de su tierra, se había percatado de que no sabía leer un mapa. En realidad, apenas sabía leer. Quedó claro entonces que no tendría más ayuda que su memoria y su intuición e incluso él mismo dudaba peligrosamente de la fiabilidad de ambas.

Un aluvión de niños que correteaban en dirección al salón lo alejó rápidamente de sus pensamientos. En el interior, Bilbo había tomado asiento y se disponía a encender su pipa. Merry frunció el ceño mientras observaba cómo el resto de niños se amontonaba alrededor del hobbit y algunos adultos suspiraban y agitaban sus cabezas con desaprobación. Habría dado cualquier cosa por escuchar una de las aventuras de Bilbo aquella noche, por imaginarse que él era partícipe en ellas, por soñar que formaba parte de la compañía de Thorin Escudo de Roble… Nunca había visto un enano, pero ese era un detalle sin importancia para Merry. Con gran pesar, el pequeño hobbit abandonó su posición en el umbral del salón y se dirigió sigilosamente a la entrada. Tuvo que dar un par de saltitos hasta que consiguió agarrar uno de los extremos de su bufanda roja, que alguien había colgado descuidadamente en el perchero. Sabía que era del todo imposible que llegara a alcanzar su chaqueta dorada o su capa oscura de invierno, así que, sin más demora, colocó la bufanda alrededor de su cuello y abrió la puerta con todo el sigilo del que fue capaz.

Una vez se encontró a sí mismo en el exterior, se aseguró de que el regalo de Pip seguía escondido bajo su jersey. Suspiró aliviado al encontrarlo allí y alzó la vista al mundo que se extendía más allá de la puerta de su hogar. Ante él, en la colina, cientos de farolillos se habían aliado, sin duda, con la luna y las estrellas y lanzaban su luz a la noche, luchando fieramente por desterrar la oscuridad. Por todas partes la nieve resplandecía. La luz y la sombra danzaban ágilmente en su superficie, creando un campo de batalla etéreo y hermoso. El silencio nocturno solo era interrumpido por el tenue rumor de canciones susurradas por el viento. Enormes lazos rojos y amarillos adornaban las entradas de los agujeros hobbit alrededor de Casa Brandi y todas las ventanas brillaban como si quisieran proyectar al mundo la calidez y alegría que se encontraban tras de ellas.

Había lágrimas en los ojos de Merry. Podía notar cómo éstas habían comenzado a aflorar y no sabía cómo frenarlas. No se sentía triste. No se sentía triste en absoluto. Sin embargo, era evidente que algo dentro de él se había encogido ante aquella visión. Se había apoderado de él un sentimiento que ningún niño podría comprender y, desde luego, Merry no intentó hacerlo. Se sentó en el pequeño escalón de la entrada con la voluntad de contemplar aquella imagen un poco más, solo un poco más. Apretó el regalo de Pip contra él y pensó que aún tenía toda la noche para llegar hasta su primo y dárselo. Sí, solo se quedaría allí un poco más.
Lo siguiente que Merry pudo recordar fueron los brazos de su madre rodeándole con cuidado, arrancándole del jardín de sus sueños y plantándole de nuevo en la tierra firme de la realidad.

- ¿Qué hace un hobbit tan guapo y tan pequeño y tan solito por aquí?- susurró con ternura y algo de preocupación mientras lo tomaba en sus brazos.
- Tenía que ir a ver a Pip.- murmuró aún algo adormilado.

Esmeralda alzó las cejas en gesto de sorpresa y no pudo reprimir una leve sonrisa. Estrechó a su hijo entre sus brazos y lo acomodó en su regazo. Seguidamente, depositó un beso en su nariz, que, debido al frío, se encontraba ahora casi tan roja como su bufanda. Le resultaba muy difícil enfadarse con él cuando hacía gala de su sangre Tuk con ideas tan disparatadas. Solo a su pequeño se le habría podido ocurrir la idea de ir hasta las Tierras de Tuk en mitad de la noche. Tuvo que realizar un gran esfuerzo por no echarse a reír.

- Mañana iremos a ver cómo está tu primo, ¿quieres?

Notó cómo la cabecita de Merry apoyada en su hombro se movía en señal de aprobación y se dispuso a levantarse con cuidado de no modificar la posición de su hijo, que comenzaba a dormirse de nuevo en la calidez de su abrazo.

- Mamá.
- ¿Si?
- ¿Harás una tarta para Pip?
- ¿Una tarta?
- Sí.
- ¿De qué?
- De zanahoria.
- ¿De zanahoria?
- Es la favorita de Pip.
- Claro.

Aquella noche su hijo le había sorprendido de todas las maneras posibles y no podía negarle nada. Depositó un beso en su frente y lo llevó al interior. Cerró tras de sí la puerta, dejando en el exterior la nieve, el silencio, la luz y la sombra.

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