[Concurso Relato Navideño @goblinoide ] Ya era Nochebuena en Erebor. Apenas quedaba un alma por la calles, pues todos estaban en sus casas, rodeados de la familia y amigos y preparando la cena o, quizás, ya degustándola. Todos no. Jerda, la cocinera de la Casa de Curación de la ciudad, había decidido pasar ese año la Nochebuena con Myrld y Hornbori. Su hijo mayor, Kamil, estaría en casa de su suegra, con la cual Jerda no se llevaba muy bien por ciertas discrepancias a la hora de cocinar el estofado; y Karrel, el hijo menor, iría con unos amigos a una fiesta para jóvenes que se celebraría en el Topillo Lazarillo para desgracia de Dori, ya que su hermano Nori la había organizado sin su consentimiento y ahora resultaba imposible cancelarla.

Todavía quedaban por finalizar algunos preparativos para la suculenta cena que tendría lugar esa noche en la Casa de Curación: engalanar la sala de espera que esa noche haría de comedor, poner la mesa, buscar unas velas no muy hechas polvo que dieran alegría a la estancia. Afortunadamente, todos los enfermos pasarían la noche con sus familias, aunque eso conllevara que al día siguiente su estado empeorase por empacho o embriaguez. Jerda no confiaba mucho en el sentido del gusto de Hornbori, así que le encargó que vigilase el cochinillo que en ese momento se encontraba dentro del horno.

_ ¡Atento, Horni! Myrld y yo estaremos poniendo bonita la sala de espera. ¿Me entiendes? – pese a que Hornbori contaba ya con noventa y dos años, Jerda siempre le hablaba como si fuera un niño pequeño, tal y como hacía con sus dos hijos.- Si en cualquier momento te asaltan dudas, no dudes en llamarnos. Cuando te llegue a la nariz un aroma dulzón, saca el cochinillo del horno y me llamas. ¿Seguro que te aclaras?

_ Que sí, que sí. No soy idiota. Solo es un maldito cerdo. Ve, ve, ve con Myrld – le hizo aspavientos con la mano a Jerda para que esta se marchara y se quedó solo en la cocina mientras fumaba de su raquítica pipa.

Los minutos pasaron y Myrld y Jerda se afanaban en decorar la sala de espera como si del mismísimo salón del trono se tratara; ya que por esos días, tal lugar estaba abierto al público para que todos pudiesen admirar la magnificencia de los Durin, además de que había sido decorado para la ocasión y el enano Seur, pariente lejano de los famosos Ur, se encontraba allí para recoger las cartas en las que los niños pedían sus regalos.

Mientras tanto, Hornbori daba cabezadas en la cocina. Se encontraba sentado en una silla y con los pies apoyados en la mesa, una posición que Jerda le había intentado corregir multitud de veces, no ya porque fuera de mala educación, sino porque se podía caer de espaldas y romperse la crisma. Y así fue como el boticario quedó profundamente dormido y, gracias a él, los miembros de la Casa de Curación tuvieron una cena más suculenta.

_ Jerda, ¿no hueles un poco a quemado? – pregutó Myrld mientras intentaba colgar una guirnalda por encima del marco de una puerta.

_ Pues la verdad es que… ¡Mahal! ¡El cochinillo! – Jerda soltó los dos adornos que semejaban ser la Piedra del Arca y salió corriendo de la estancia en dirección a la cocina. Casi tira a Myrld de la escalera en la que la enana estaba subida.

Tarde. Demasiado tarde. El cochinillo quedó completamente calcinado. Aun se podían diferenciar las costillitas, en otro tiempo suculentas, que harían las delicias de todos los miembros de la Casa de Curación de Erebor. Pero ahora eso era incomible se mirase por donde se mirase. Jerda rompió a llorar tapándose la cara con ambas manos. Obviamente, Hornbori se había despertado sorprendido por el huracán que había provocado la cocinera al entrar en la cocina. El enano estaba atónito ante semejante escena: por un lado, Jerda estaba llorando a lágrima viva y, por el otro, el horno desprendía humo como si de la boca de un dragón se tratara. Por fin llegó Myrld al lugar del crimen. Miró a Hornbori, miró a Jerda, volvió a mirar a Hornbori. Simplemente se limitó a fruncir los labios y a acercarse a consolar a la pobre Jerda.

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La nieve cae zobre la tierra,
la tierra ze vuelve blanca.
Y todoz cantamoz juntoz:
“La Pololez ez manca”(1)

_ ¡Bombeta! Te he dicho mil veces que así no es – amenazó Bombur a Bombeta pastilla de turrón en mano.- “Y todos cantamos juntos villancicos y alabanzas”.

_ Pero ez que a mí me guzta de la otra forma. Eza verzión ez muy zoza, le falta chizpa.

_ Chispa es la que te voy a dar yo a ti. Ni se te ocurra cantar eso en casa de Yrmi o…, o…. – a Bombur le llevó un rato el pensar una amenaza para que Bombeta desistiera en hacer sus propias versiones de los villancicos clásicos.- o te quedarás sin regalos.

A Bombeta no le dio tiempo a replicar. Padre e hija se encontraban justo delante de la Casa de Curación. Desde la calle se podía oír el llanto de Jerda y los reproches de Myrld a Hornbori. Como quien no quiere la cosa, ambos pelirrojos entraron sigilosamente(2) y llegaron hasta la cocina. Allí encontraron la desoladora estampa: Jerda cubriéndose el rostro con las manos y llorando desconsoladamente delante del calcinado cochinillo, como si este fuera el cadáver de un hijo muerto en batalla, y Myrld recriminándole a Hornbori su dejadez y falta de responsabilidad.

_ Oh, ¿qué vamos a hacer? ¡La cena! ¡Nos hemos quedado sin cena de Nochebuena! Era el mejor cochinillo que se ha vendido en Erebor en mucho mucho tiempo – se lamentaba Jerda mientras sus ojos llorosos se posaban en el chamuscado rabillo del animal.

_ Jerda, yo… lo siento. No sé cómo ha podido pasar – Hornbori, el arrogante boticario que aparentaba desconocer todo aquel trato delicado hacia los demás, ahora se mostraba como el más manso de los corderitos, sobre todo porque Myrld había cogido el rodillo más grande que Jerda tenía y estaba a punto de perder los nervios.

_ Si es que no hay manera, no hay manera – en verdad, Myrld sujetaba el rodillo no por atizar a Hornbori, sino por tener algo que estrujar entre sus manos y que no fuera el cuello de este.
_ Bueno, bueno. No nos pongamos en lo peor. Todo tiene solución en esta vida – Bombur, que hasta el momento había permanecido asomado por la puerta junto a Bombeta, se adelantó. Una de las cosas que más odiaba en el mundo era que se echase a perder la comida, pero consiguió sobreponerse a ello y seguir hablando.- Nosotros vamos a celebrar esta magnífica noche en casa de la suegra de mi hermano, az-Yrmi. Es una enana muy comprensiva y generosa – Bombur conocía muy poco a Yrmi, pero era un enano confiado y no dudaba de que Yrmi admitiría en su casa a tres invitados más.- Así que, ¿por qué no se vienen con nosotros?

Hasta ese momento, Bombeta estaba disfrutando con la situación. No porque Jerda estuviese llorando, no. Tenía en gran estima a la cocinera de la Casa de Curación, pues siempre que pasaba por allí, casi ninguna de las veces por enfermedad, acababa llevándose algo para comer. En verdad, estaba gozando con el rapapolvo que le estaba echando Myrld a Hornbori. Pocas cosas había en el mundo que le divirtieran más que ver a Hornbori en una situación poco favorable. Pero, cuando escuchó la proposición que hacía su padre a los allí presentes, sintió como un sudor frío le bajaba por la espalda.

_ ¿Qué? ¿Elloz? Quiero decir, ¿él? ¿Él va a ir a cenar a caza de la abu? – Bombeta no se podía creer que eso fuera a pasar. Hornbori, su archienemigo, cenando con su familia en Nochebuena. Ni en sus peores pesadillas tenía cabida esa idea, más aun cuando sus tíos Bofur y Brimi también habían tenido sus más y sus menos con el boticario.- Me niego a que el gilipipaz eze ze ziente en la mizma meza que yo. Prefiero cenar acelgaz con coliflor antez que compartir polvoronez con él. ¡No!

_ Vamos, Avellanita. No seas así. La Navidad es una época para compartir y ser generosos con los demás. Puede que algún día tú estés en apuros y al señor Hornbori le toque ayudarte – definitivamente, Bombur se enteraba poco de lo que sucedía a su alrededor.

Finalmente, después de discutir la oferta, que Myrld le diera una colleja a Hornbori para que dejase de protestar y que Bombur le metiese a Bombeta un polvorón en la boca para que dejara de gritar, todos salieron de la Casa de Curación en dirección a casa de Yrmi, donde se estaba preparando un gran festín, tal y como merecía la ocasión. Muchas cosas sucedieron durante el camino, pero eso es algo que no debe ser contado en un relato navideño.

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La casa de la señora Yrmi era un hervidero de gente. Brimi, su hija, había decidido celebrar la Nochebuena allí, no porque casa Ur fuera un lugar menos acogedor, sino porque se quedaba pequeña dado el gran tamaño familiar que comprendía a todos los Ur y los Mi presentes en Erebor. Además, aunque no compartieran lazos de sangre con ninguno de los Ur ni de los Mi, también se encontraban en aquella mansión amigos muy allegados a los miembros de esa extensa familia, como el príncipe Eldarion o la pareja de aguerridos soldados, Farin y Goblin.

La cena transcurrió con normalidad. Los pequeños Sigur y Sirmi, uno disfrazado de borreguito y la otra de pastorcita, se encontraban jugando entre ellos sobre una alfombra del gran salón. En la mesa, la situación era un poco más caótica. Por una parte, Bombur no dejaba de alargar su rechoncho brazo hacia todos aquellos platos que se encontraban en un radio cercano a su sitio, lo cual incomodaba en cierto modo a Bifur, que se encontraba sentado a su lado, ya que no paraba de llevarse codazos involuntarios por parte de su primo más joven. Al otro lado de Bombur, Bombeta aprovechaba cualquier ocasión que se le presentara para robarle algo de comida a su padre. Era más fácil coger la comida de su plato que el estar continuamente poniéndose de pie sobre la silla con dos cojines para intentar hacerse con algún muslo de pavo o una patata asada untada en mantequilla. Vorki, a pesar de ser un Mi, se comportaba como el resto de varones de la mesa, es decir, bebía y comía a partes iguales; aunque claro, tenía cierta delicadeza a la hora de empinar el codo o de coger los cubiertos. A decir verdad, era el único enano de la estancia que le daba uso a los cubiertos. En el centro de la mesa e intentando pasar por alto multitud de detalles que estaban teniendo lugar en su propia casa, Yrmi, la anfitriona, miraba a todos y cada uno de los comensales en silencio. Apenas hablaba, simplemente se limitaba a escrutar los rostros de los allí presentes, en especial el de su yerno, el enano Bofur. Como bien dice el dicho, la venganza se sirve en plato frío. Ajena al incipiente estado malhumorado de su madre, Brimi charlaba de cosas banales con su amiga Goblin, la cual no paraba de sorprenderse por la conversación que en ese momento estaban teniendo su marido y Bifur, a cerca de cuál era el mejor modo de arreglar una estantería. Y por último, aunque eran unos invitados de última hora y uno de ellos no es que fuera precisamente bienvenido en esa casa por parte de algunos de los presentes, los miembros de la Casa de Curación también se encontraban sentados a la mesa disfrutando del exquisito banquete.

Una vez que la cena estaba llegando a su fin, alguien llamó a la puerta de casa Mi. Bombeta, pensando que se trataría de aquel ser que colmaba de regalos su chimenea año tras año, corrió a abrir la puerta. Cuan grande fue su desilusión cuando encontró allí plantado al ingeniero Vrostôk.

_ ¿Zí? No me digaz que erez tú el que me va a traer petardoz ezte año. ¡Viva! – Bombeta empezó a dar saltos de alegría en el umbral de la puerta. Ella sola había llegado a la conclusión de que, tratándose de Vrostôk y dada la fama con la pólvora de este enano, ese año estaba más que asegurado que tendría unos divertidísimos petardos esperándole a la mañana siguiente para ser utilizados; por supuesto, para ningún buen propósito.

Vrostôk no sabía muy bien que decir. Le había pillado de sorpresa la reacción de la niña. Con la mirada, intentó encontrar a Bifur entre la multitud.

_ ¡Vinny! – llamó Bifur desde un extremo del salón. El enano se acercó a la puerta portando dos jarras de cerveza, una para él y otra para el recién llegado.- Pasa, pasa. No te esperaba tan pronto. ¿Es ya la hora?

_ Según mis cálculos, él ya estará de camino hacia el lugar acordado – tampoco quería dar muchos detalles del plan que les atañía a aquellos dos enanos, sobre todo estando Bombeta entre ellos, con la barbilla levantada y mirando a uno y a otro sin entender ni una sola palabra de lo que estaban diciendo.

_ Pues en marcha. No le hagamos esperar – y los dos enanos partieron rumbo a una de las terrazas de la Montaña Solitaria.

_ ¿Pero qué…? – alguien tiró de Bombeta de nuevo hacia el interior de la casa.


_ Buenas noches, caballeros.

Allí estaba Balin vestido con una casaca roja y un gorro del mismo color acabado en una borla blanca. Detrás de él, se encontraba un magnífico trineo color escarlata, el cual sería tirado por varios animales de especies diversas. Entre ellos se encontraban Minty, Shavy y Molly; el pony, jabalí y cabra de Thorin, Yrmi y Bofur, respectivamente.

_ Es un placer ayudar año tras año en este cometido – dijo Bifur.

_ A mí lo que me maravilla es que este trineo, con los años que tiene, todavía siga funcionando – comentó Vrostôk.

No perdieron más el tiempo. Mientras Vrostôk le hacía una última revisión al estrambótico medio de transporte, Bifur cargaba en la parte trasera los juguetes que con tanto mimo había fabricado estos últimos meses.

_ Bueno, pues sí ya está todo listo, creo que ya va siendo hora de partir – Balin se montó en el trineo y cogió las riendas.- Tengan buena noche, caballeros, y no olviden acostarse pronto o mañana encontrarán sus chimeneas vacías – les dedicó una última sonrisa y azuzó a los animales.

Rápidamente, el trineo se alzó en el aire y partió a repartir felicidad por todo Arda. Un ser de piel oscura y con alas seguía su estela solo por el mero hecho de hacerle compañía.

Queda por comentar una divertídisima anécdota que aconteció en casa Mi esa noche. La inocente Bombeta, con premeditación y alevosía, le introdujo a su tío Bofur un mazapán en la boca y, acto seguido, le felicitó las Navidades. Llamémosle miedo, llamémosle alergia, pero a Bofur enseguida le empezaron a dar espasmos. Suerte que Myrld se encontraba allí y pudo controlar la situación. Cuenta la leyenda que momentos antes a este suceso, se vio a Yrmi hablando con Bombeta en un rincón, y cuentan las malas lenguas que la enana le dio un mazapán y una moneda de oro a la niña. Pero claro, todo son rumores. Además, ¿por qué iba Yrmi a hacerle eso a su queridísimo yerno…o casi yerno?

Notas:
1- Léase o entónese con la melodía del popular villancico “Ya Vienen Los Reyes Magos”.
2- Todo lo sigiloso que puede ser un enano, sobre todo tratándose de Bombur y Bombeta.

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