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Cuando las primeras luces del alba penetraron las pequeñas ventanas del hogar, Bilbo se puso en pie, se estiró y caminó hacia la cocina. Se preparó una taza de té y escogió unas pocas galletas. Desayunó sin ninguna prisa, mirando, como acostumbraba a hacer, a través de la ventana.

Después de asearse, el hobbit salió de su agujero y cogió la correspondencia del buzón. No se sentó en el banco del jardín, pues el fresco de la mañana aun estaba presente y los rayos de sol todavía eran débiles. Entró en el agujero de nuevo y se sentó en su sillón, justo enfrente de la chimenea, apagada por entonces, a pesar de que saliera algo de humo, lo que daba a deducir que la noche anterior Bilbo había estado hasta altas horas en el salón. Abrió una de las cartas. Contenía información acerca de un festival que iba a ser celebrado en Delagua en no mucho tiempo. Sin mucho interés, Bilbo dejó la primera carta a un lado y abrió la otra. Por la firma, dedujo que provenía de Casa Brandi, y se dispuso a leerla con interés. Al leer el último saludo de despedida, Bilbo alzó la mirada, con los ojos bien abiertos, sin saber apenas qué pensar. La carta hablaba acerca del pequeño Frodo Bolsón, y de sus padres, Drogo y Prímula. Los dos últimos habían fallecido por un ahogamiento el día anterior, por casos, según la correspondencia, desconocidos. La única información que habían obtenido era que habían salido los dos de pesca.

Como era evidente, esto había dejado atónito a Bilbo, pero había algo además de la muerte de Drogo y Prímula que preocupaba al hobbit: Frodo era, desde aquel entonces, un huérfano. Se llevó las manos a los ojos y se los frotó. Pensó que el niño no tendría problemas en Casa Brandi, y que sería criado con mucho empeño. Pero, por otro lado, tenía un sentimiento de responsabilidad respecto a Frodo tras la muerte de su primo segundo y de su mujer. Se debatió en sus adentros durante lo que parecía una eternidad, hasta que se puso en pie. Se abrigó y salió de Bolsón Cerrado, partió de la colina a paso rápido y tomó el camino a la Colina de los Gamos, en la cual se hallaba la residencia de la Familia Brandigamo. No tardó mucho en llegar, pues sus pasos eran rápidos, a pesar de que la gente le interrumpiera, interesada en los cometidos del hobbit. Llamó a una de las puertas principales, las cuales eran amplias, más que la puerta de Bolsón Cerrado. Un niño hobbit, con el pelo rubio y rizado y una gran sonrisa de oreja a oreja se le presentó. Tenía una pequeña espada de madera sujetada por una pequeña pero firme mano. El pequeño Merry Brandigamo saludó a Bilbo y éste, revolviéndole el pelo, entró en Casa Brandi. Fue bien recibido por todos, que siempre estaban gustosos de ver al buen hobbit, y Saradoc Brandigamo le ofreció todas las comodidades, mas no era permanecer mucho tiempo allí el propósito de Bilbo.

Durante su estancia en Casa Brandi, Bilbo conversó en voz baja con Saradoc, acerca de Frodo, el cual había saludado anteriormente a su tío con un gran abrazo. Conforme con la decisión de Bilbo, el señor de Los Gamos aceptó la proposición de que Frodo se hospedara a partir de entonces en Bolsón Cerrado con Bilbo. El pequeño Frodo, que adoraba el hogar de su tío tanto como sus historias, no dudó en saltar a los brazos de Bilbo, pidiéndole más de sus entretenidas historias al llegar a su nueva casa.

Pocos meses después, el invierno, y con él, la Navidad, habían llegado a la Comarca. Bilbo levantó pronto a Frodo aquel día, para trabajar los dos en la decoración de Bolsón Cerrado, tanto por dentro como por fuera. Le dio indicaciones para la decoración del árbol y del salón, mientras él se ocuparía del jardín. La tarea les duraría, al parecer de Bilbo, toda la mañana y quizás parte de la tarde, pero el objetivo era tenerlo todo preparado para la noche, lo cual quería decir que todo debía estar perfecto cuanto antes. Frodo comenzó a adornar Bolsón Cerrado, colgando figuras llamativas por doquier. Sistemáticamente, cogía adornos de un baúl de madera e iba a diferentes sitios. Al volver a por más de las pequeñas figuras, Frodo se tropezó con una banqueta y al caer al suelo, tiró de una mesilla una pequeña caja de color rojizo, que se abrió dejando caer un pequeño objeto que tintineó por el pasillo hasta detenerse al lado de la chimenea del salón. Frodo se puso en pie, mirando hacia el salón y caminó lentamente hacia la chimenea. Lo que allí se encontró fue un anillo dorado, brillante y que reflejaba el fuego encendido de la chimenea. El pequeño hobbit se agachó y lo recogió del suelo. Miró a sus lados, buscando a su tío y, al no hallarle, decidió metérselo en el bolsillo de su diminuta chaqueta color beige. Caminando con cierto nerviosismo, volvió a recoger la cajita magenta y la dejó sobre la mesilla, cuidando que estuviera bien cerrada. Prosiguió con la decoración del hogar y acudió a Bilbo una vez hubo terminado. Su tío le corrigió en algún detalle en cuanto a los adornos (en ocasiones se observaban dos figuras iguales juntas) y le dio las gracias por la ayuda. Los dos hobbits se sentaron en la cocina exhaustos. Bolsón Cerrado estaba preparado para la Navidad.

Se acercaba la hora de la ansiada cena de Navidad, la primera que celebraría Bilbo junto a su sobrino Frodo. Bilbo caminaba por los pasillos llevándose las manos a los bolsillos de su chaleco, mirando inquieto a los lados. ‘’¿Dónde está?’’ Se preguntaba con nerviosismo. Frodo le miró y se llevó la mano al bolsillo. ¿Sería ese anillo lo que su tío buscaba? El joven hobbit se acercó a su tío con el anillo en la mano. Bilbo le dirigió una mirada de sorpresa.
-¿De dónde lo has sacado? ¿Por qué lo has cogido?

Frodo le explicó su pequeño incidente unas horas atrás y se excusó indicando que simplemente se lo había guardado en el bolsillo. Bilbo, algo más aliviado, tomó el anillo y lo guardó en su bolsillo.

-Creo, Frodo, que hay alguna historia que deberías saber, relacionada con este anillo que tuviste en tus manos.

-¡Me encantan las historias! ¿Me la contarás después de la cena, tío Bilbo?-Le miró con ojitos y le agarró el brazo, suplicando.

-Me temo que eres aun algo joven para eso, Frodo, llegará el día en el que entiendas todo, pero, por ahora, creo que deberías conformarte con otras historias.

Cuando llegó la hora de la cena, el asunto del anillo ya había quedado del todo olvidado, por suerte para Bilbo y, a la larga, también para Frodo. Una vez preparada la mesa, Bilbo sacó del horno la comida y la colocó con cuidado en el centro de la mesa. Junto al pollo asado recién sacado del horno, se observaban variadas fuentes con verduras, patatas y pan del día. Tanto tío como sobrino se sentaron en la mesa, uno al lado de otro y el otro ayudando al uno a servirle la cena. Fue la cena que todo hobbit desea tener por Navidad. Mucha y muy variada comida, el calor de un hogar y una buena compañía con la que compartir historias y opiniones. Al cabo de un tiempo conversando y cenando no quedó plato alguno con comida, y los estómagos estaban ya saturados, al igual que el pequeño Frodo, que daba largos bostezos y se frotaba los ojos con las manos. Bilbo alzó a su sobrino con los brazos y le condujo a su mullida cama. Le arropó y le dio un beso en la frente.

-Feliz Navidad, Frodo.

El pequeño cerró los ojos lentamente y se sumergió en sus sueños. Bilbo le sonrió acariciándole la mejilla y se dio la vuelta para sentarse frente a la chimenea. Encendió su pipa y le dio una calada. Aquellas Navidades, por primera vez en mucho tiempo, Bilbo sintió que no le faltaba nada.

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