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DÍS x ALROY (TERCERA PARTE)
Lo jóvenes enanos a penas hablaron durante la estancia de los hermanos del linaje de Dúrin en la casa de Aíli, sobre por algún que otro comentario estúpido sobre el tiempo o algún chiste sobre los Elfos.
A Dís le incomodaba que Alroy la mirase tan fijamente, pero el pobre enano no podía evitarlo. Estaba frente a la dama más bella que había visto jamás. Y no solo eso. Pues la belleza es algo meramente superficial. Ayuda. Pero es algo físico. Eran sus ojos, esa mirada, profunda a la vez que dulce. Esa sonrisa luminosa, formada por unos dientes perfectos, blancos como perlas. Su pelo color azabache, cuidadosamente recogido en unas trenzas perfectamente hechas. Pero sobre todo era la manera en la que le hacia sentir. Nunca antes se había sentido nervioso, incapaz de hablar. Solo entonces. Solo con ella.
-Dís, ve despidiéndote. Es hora de que volvamos a casa.
Al oír las palabras de su hermano, la enana no pudo evitar soltar un suspiro de alivio, tan pequeño que puede que ni siquiera se hubiese notado. De todos modos, sonrió para disimular.
Efectuaron unas reverencias. La más notable y exagerada de todas fue la de Alroy, cuyo padre a penas se movió. Su trabajo, el cual le exigía estar muchas horas sin moverse, hizo que perdiera la flexibilidad en su cuerpo.
Cuando Dís y Thorin se fueron, el enano de los ojos color café se quedó en el marco de la puerta, viendo cómo se alejaba esa bella enana, admirando cada uno de sus movimientos, mientras que su padre le miraba desde atrás, serio, algo avergonzado por la cara de estúpido de su hijo. Aíli se había olvidado de qué era el amor. Qué se sentía al estar enamorado.
Una vez hubieron llegado a su casa, Thorin le preguntó a su hermana pequeña:
-¿Y bien? ¿Qué te parece tu futuro marido?
-Es agradable-respondió ella-Pero no lo llames "futuro marido". Solo Alroy.
-Es que lo es, Dís. Algún día te tendrás que casar con ese enano. Lo sabes.
-Lo sé-afirmó la enana antes de suspirar, resignada.
El resto del día no fue una cosa del otro mundo. Como cada día, Dís comió algo, leyó algún que otro cántico, fue a dar un breve paseo, y, como cada día, escuchó las quejas de su hermanos hacia los elfos. Todos y cada uno de ellos, sin excepción.
A medida que pasaban los años, el amor que sentía Alroy hacia Dís se iba haciendo mayor. Con ella se sentía débil. Desarmado. Al menos, y gracias a Aulë, ya había aprendido a llevar una conversación medio-normal con ella sin echarse a temblar. O, al menos, sin que se le notase que estaba temblando.
Dís, en cambio, no estaba enamorada de él, y nunca lo estaría, pues bien sabemos que los enanos solo se enamoran una vez, y desgraciadamente, el intenso amor que sentía Alroy hacia Dís nunca fue correspondido.
Pero eso no quitaba que le quisiese. Le quería, aunque no en la misma forma en la que el la quería a ella. Sentía que podía contar con él para todo, que siempre la apoyaría.
Dís había cogido mucho cariño a Alroy. Él incluso consiguió robarle algún beso que otro en contadas ocasiones. Besos que a la enana le resultaron agradables.
En la noche del Día de Dúrin, mientras que los demás enanos estaban festejando el año nuevo, comiendo carne asada y chocando pintas, gigantescas pintas rebosantes de goraz, Alroy llevó a Dís a un sitio más tranquilo.
Una vez allí, tomó la enana de ambas manos, mirándola a los ojos, antes de clavar la rodilla en el suelo y decir:
-Dís, sé que tendremos que unirnos en matrimonio algún día, que esto que estoy haciendo parecerá un poco estúpido. Pero tienes que saber lo que siento por ti.
Dís le miraba nerviosa desde arriba. Creía saber lo que intentaba decir.
-Yo-prosiguió Alroy con voz temblorosa, más nervioso que nunca-Te quiero, Dís. Te quiero como nunca antes he querido a nadie. Yo...-sacó un anillo del bolsillo trasero de los pantalones-¿Quieres casarte conmigo?

//Continuara...

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