Sobre la violencia

El pasado 25 de Septiembre tuvo lugar en Madrid una manifestación autorizada que terminó con 46 heridos y 28 detenidos. Nada nuevo. El objetivo era ‘’rodear’’ el Congreso en señal de la poca representatividad que este suponía para los ciudadanos. Algunos pretendieron incluso, en un arranque utópico, entrar en el hemiciclo. La Policía lo impidió, como es lógico.

Las imágenes de cargas desporporcionadas, de manifestantes sangrando o de brutales detenciones circularon por las redes sociales. Se extendieron como la pólvora. La indignación se disparó. Cada comentario de los internautas era más duro que el anterior: ‘’Mirad lo que hacen los perros del gobierno’’, ‘’¿Esto es lo que llaman democracia?’’, ‘’¡Vergüenza me daría ser policía!’’ etc. Al final, como siempre, se habló de cargas y heridos en lugar de debatir el motivo de la manifestación: la deslegitimación del parlamentarismo burgués (por naturaleza no-representativo de la voluntad popular).

Al día siguiente los indignados madrileños volvieron a reunirse en Neptuno, ultrajados por la dura represión. Cualquiera habría podido pensar que, esta vez, tratarían de plantarle cara a la policía. No fue así. De hecho, el ambiente estaba muy calmado. Pero el tema fue arduamente debatido en varios rincones y tuve la suerte de participar. Relataré las dos opiniones mayoritarias, enfrentadas entre sí:

- La mayoría sigue convencida de la efectividad de la no-violencia, y sacan con orgullo a su máximo referente: Gandhi. Ese tipo que derrocó a la dominación inglesa en la India de manera supuestamente pacífica. No parecen saber que Inglaterra en esos momentos estaba devastada por la guerra mundial (y por tanto no tenía fuerzas suficientes para contener la descolonización, ni en India ni en ningún otro rincón del planeta), que Gandhi estaba apoyado por la naciente burguesía india y por potencias como EEUU o que su ‘’revolución’’ se inscribe en una época de descolonización (que fue en muchos casos pacífica) apoyada por la mayoría de los países del mundo. Habría que ver a este tipo haciendo la revolución en una potencia capitalista. ¡Sus métodos serían totalmente inefectivos! Pero los pacifistas parecen convencidos de poder aplicar los métodos de Gandhi a la España de 2012, como si esta fuese igual que la India de los años 1940. Me recuerdan a los comunistas españoles que pretenden hacer en España exactamente lo que hizo Lenin en 1917 en su país.

Esta mayoría pacifista esgrime, además, otro de sus argumentos favoritos: la importancia de la mediatización de la protesta. Se repite incansablemente la máxima de: ‘’si en la televisión ven que somos violentos nuestra protesta queda deslegitimada y perderemos apoyos’’. La televisión, queridos, va a hablar mal de nosotros hagamos lo que hagamos. Somos un movimiento que pretende derrocar el sistema que da de comer a TODOS los canales televisivos y a TODOS los periódicos. Los medios están controlados por la única clase social que se puede permitir pagarlos: la burguesía (o la clase capitalista). Lo más que podemos esperarnos es un artículo de apoyo en El País, siempre y cuando hablemos de reformar (y no de romper) el sistema capitalista o le echemos la culpa a la avaricia de los banqueros y a la corrupción política (y no al sistema económico capitalista, verdadero causante de nuestros males). Nada más. A quién debemos mostrarles nuestros motivos y la legitimidad de nuestros métodos es a los manifestantes, a los trabajadores no alienados, a las redes sociales (cada vez más poderosas). En ningún caso a los medios al servicio del poder, lo que tampoco significa dejar de lado la importancia del factor mediático. Asumir que lo importante es ‘’salir guapos’’ en los medios controlados por el capital es un suicidio político. Gordillo, por poner un ejemplo, ha sido satanizado en los medios, y sin embargo tiene el apoyo de cada vez más españoles. Sigamos su ejemplo.

- Enfrentados a este punto de vista están –estamos– quienes somos partidarios de una revolución violenta. Esta es una idea que suele escandalizar a la población. Así que antes de entrar en tecnicismos y particularidades, expliquemos porqué la revolución ha de ser por la fuerza.

Lo primero es asumir un concepto básico: la lucha de clases. Podemos dividir la sociedad capitalista en muchos sectores: hombres y mujeres, derechas e izquierdas, adultos y jóvenes, trabajadores y desempleados, negros y blancos… Pero estas divisiones de poco nos sirven si queremos estudiar el sistema económico y menos aún para trazar un plan para derrocarlo. Para ello es mucho más útil y lógico dividir la sociedad capitalista en dos clases, como hizo Marx en su momento: trabajadores y capitalistas. El capitalista posee medios de producción (como una fábrica), medios de financiación (como un banco), medios de distribución (como un supermercado) y medios de ideologización (como un canal de televisión o un periódico). La posesión de estos medios le permite acumular capital (apropiándose de una parte del salario del trabajador o mediante el negocio del crédito), lo cual le hace cada vez más rico. Los trabajadores no poseen medios de producción, y por tanto no tienen fuentes de riqueza. No les queda otra que trabajar para los capitalistas vendiendo su fuerza de trabajo. Para ello se forman en colegios y universidades y, cuando están listos para ser empleados por el que posee medios de producción, se pone a trabajar en las condiciones que este le impone. Otros trabajadores no tienen la oportunidad de estudiar. Pero no es necesario: el capitalismo necesita a algunos trabajadores que se dediquen a tareas simples que no requieren de estudios (como un cajero o un policía antidisturbios). Al proletario (eufemismo de trabajador) no le queda otra que aceptar la oferta del capitalista, pues de lo contrario no tendría fuentes de ingreso y moriría del hambre.

Pues bien; estas dos clases están enfrentadas, del mismo modo que antaño estuvieron enfrentados siervos y señores feudales o esclavos y patricios. Primero, porque la clase capitalista (la clase dominante, la que detenta el poder) oprime constantemente a la clase trabajadora, por ejemplo haciéndola pagar las crisis propias al sistema capitalista o reprimiéndola usando la fuerza del Estado. Segundo, porque sus intereses están enfrentados: una subida de salarios, que beneficiaría, lógicamente, a los trabajadores, significa el deterioro de los beneficios del capitalista. Tercero, porque lo que beneficia al capitalismo a menudo es perjudicial para el trabajador. Para este último apartado hay varios ejemplos. A la industria farmacéutica le interesa más vender medicinas que encontrar la cura a enfermedades (el escándalo de la gripe A fue cuanto menos descarado), a la industria armamentistica le interesa más que haya guerras a que exista un mundo en paz etc. Existe pues un antagonismo entre los intereses de los trabajadores y los de los capitalistas: es lo que llamamos la lucha de clases.

No se trata de que los banqueros y los grandes empresarios sean malvados. Simplemente se limitan a defender sus intereses. Si Emilio Botín no evadiese impuestos (evade miles de millones cada año), lo haría otro banquero, lo cual le haría más competitivo y ganaría más clientela en detrimento de Botín. Es la lógica del sistema y no la forma de ser de los individuos lo que determina el modo de actuar de los opresores. Por eso es absurdo creer que la solución al capitalismo es reemplazar a los dirigentes por ‘’buenas personas’’, idea que muchos tienen en mente.

Hablemos ahora de un aspecto fundamental para comprender el tema de este artículo: el papel del Estado. El Estado (ejército, sistema judicial, parlamento, policía) es una maquinaria al servicio de la clase dominante. La policía no reprime y nunca reprimirá a los capitalistas. No veremos al parlamento aplicar leyes a favor de los trabajadores (por mucho que los diputados hayan sido elegidos por estos). La justicia no es igual para todos por mucho que el rey afirme que así es. El ejército –salvo honrosas excepciones- jamás se pondrá del lado de los oprimidos (y menos aún el ejército español, residuo del franquismo). Antaño el Estado también estuvo al servicio de quienes poseían los medios económicos. La Iglesia –católica o no- es el ejemplo perfecto: siempre alienando al oprimido para que asuma su condición y no se rebele contra el opresor. Engels y Marx hablaron extensamente del tema.

El Estado otorga los poderes necesarios para el dominio en una sociedad de clases. Por tanto la maquinaria estatal debe ser tomada para que los trabajadores asuman el poder (que es el objetivo de los indignados si realmente quieren crear justicia social). Esto es indiscutible. Nadie puede rebatirlo. Tomar el poder significa hacerse con el Estado.

Pero, y aquí llegamos a la cuestión que nos atañe, para tomar la maquinaria estatal, para tener poder suficiente para fomentar la justicia social (incompatible con el capitalismo), es necesario el uso de la violencia. ¿Por qué? Porque la burguesía no dudará un solo instante en utilizar el aparato represivo del Estado para reprimir cualquier movimiento que ponga en peligro su dominio. Ejemplos históricos hay millones.

Pero…¿no hay alternativas? ¿y si conseguimos crear un movimiento de masas de izquierdas que gane unas elecciones democráticamente? ¿Podríamos imponer entonces la justicia social, la democracia participativa y la solidaridad?. Pues tampoco parece factible, y de nuevo la Historia está plagada de ejemplos que apoyan mi tesis: la oligarquía española echó mano del fascismo en 1936 con la victoria del Frente Popular, la oligarquía chilena echo mano de los militares en 1973 con la victoria de Allende etc. Otros presidentes progresistas, como Correa o Chávez, también han padecido intentos de golpe de Estado promovidos por la burguesía. Nada puede hacernos creer que, en caso de que una fuerza de izquierdas española (como Izquierda Unida) ganase unas elecciones los poderes económicos no echarían mano del fascismo o del ejército. Y no olvidemos que el ejército español es un residuo del franquismo: no hubo Transición como tal y las fuerzas armadas son extremadamente conservadoras. De hecho, no hace mucho un coronel amenazó con intervenir en Catalunya si esta se independizaba, con el consentimiento (y quizás la aprobación) del PP.

Tampoco parece que podamos contar con el apoyo de ninguna fuerza internacional, con la excepción de Cuba o Venezuela, que nada pueden hacer frente a la potencia estadounidense, que interviene allí donde avanza la izquierda o simplemente donde los gobernantes no se pliegan a sus órdenes. De nuevo tenemos ejemplos de sobra.

La violencia es pues necesaria si se desea tomar el poder. Negarse a emplearla es, de algún modo, someterse al mismo sistema que nos roba y oprime y que arrasa el planeta con su anárquica voracidad. Renegar de la violencia es renegar del método que emplearon nuestros antepasados para conseguir los derechos de los que hoy gozamos y que la nueva ofensiva del capital pretende eliminar. No encontraremos imágenes de mujeres sufragistas o de trabajadores que lucharon por implantar la jornada de ocho horas levantando las manitas mientras son reprimidos. Ni siquiera Mayo del 68, uno de los primeros movimientos anticapitalistas posmodernos que la progresía observa con romanticismo, puede considerarse pacífico: las calles de París se llenaron de barricadas y de coches ardiendo. La policía estaba en estado de alarma y de Gaulle llegó a plantearse una intervención militar. Finalmente los franceses lograron subidas salariales y el retraso de la edad de jubilación, entre otras muchas cosas. Tampoco la educación universitaria pública se consiguió entregándole flores a las fuerzas represoras.

Emplear la violencia no significa ponerse a la altura de los opresores, como me han comentado en varias ocasiones. Significa ser consciente de que estos no tienen el monopolio ni la legitimidad del uso de la fuerza, a diferencia de lo que sugería el líder del Sindicato Unificado de la Policía. Los trabajadores (y los estudiantes y los desempleados), ante una situación de injusticia tan obvia como la que estamos viviendo, tienen el Derecho inalienable de, por lo menos, defenderse de quienes defienden la opresión. No nos convertimos en injustos por defendernos de la policía, del mismo modo que no nos convertimos en violadores por defendernos del violador.

Convencer a la Policía de que se una a un movimiento de izquierdas y anti-sistema, como proponen muchos, tampoco me parece productivo. Es evidente que el cuerpo policial, especialmente los antidisturbios, está plagado de individuos sin demasiada capacidad de pensamiento crítico y que, en caso de optar por una opción anticapitalista, se inclinarían más bien hacia la extrema derecha o hacia el fascismo. Aquí debemos aprender del ejemplo de Grecia, donde la crisis es mucho más evidente y el malestar social aún mayor que en nuestro país, cuya policía vota mayoritariamente a Amanecer Dorado. Incluso se ha hablado de la connivencia de las fuerzas represoras griegas con sus compatriotas fascistas.

El cómo emplear esta violencia y con qué objetivos precisos es otro tema.

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