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Caparatodos · @caparatodos

14th Feb 2012 from Twitlonger


Hola Chicas!!! Qué tal empezaron la semana???? MIL GRACIAS en serio por las firmas y visitas al blog! SON LO MÁS!!! :D Besos y mañana el próximo!

PREGUNTA!!! Alguna lee el capi en Twitlonger??? Quiero saber si no para ya no dejarlo por ahí también gracias ;)

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A Lali le gustaba aquel rumor. En su cara apareció una sonrisa cuando leyó la última línea que había escrito antes de que Leonardo la llamara. Volvió a poner manos a la obra para hacer que los hombres pidiesen más.

Capítulo 3:

En el vestuario no decían más que tonterías mientras Peter “ganador” Lanzani se ponía su ropa y revisaba que esté todo en orden. La mayoría de sus compañeros de equipo estaban de pie alrededor de Stefano De Gregorio, el joven novato, comentándole las posibilidades que ofrecía la iniciación. Tenía dos opciones: o dejar que los chicos le afeiten la cabeza al estilo Wachiturro o invitar a todo el equipo a cenar. Como las cenas de los novatos eran demasiado caras, Peter supuso que el joven acabaría pareciéndose a los intérpretes del “Tirándose un paso”.

Stefano, con los ojos muy abiertos, buscó entre sus compañeros algún signo que le indicara que todo se trataba de una broma. No encontró ninguno. Todos habían sido novatos en alguna ocasión, y todos habían tenido que pasar por malos momentos como aquél. En la temporada en que Peter empezó, los pasadores de sus botines desaparecieron en más de una ocasión, y las sábanas de las habitaciones de hotel en las que dormía aparecían cortadas.

Peter se encaminó hacia el túnel. Dejó atrás a algunos de los chicos, que calentaban con sopletes las cuchillas de sus patines. Junto a la salida del túnel, el entrenador Nicolás Vázquez y el director deportivo Mariano Torre hablaban con una mujer bajita vestida por completo de negro. Ambos tenían los brazos cruzados sobre el pecho y miraban a la mujer con el entrecejo fruncido mientras ésta les hablaba. Llevaba el oscuro cabello recogido en la nuca en un extraño moño.

Más allá de una moderada curiosidad, Peter le prestó poca atención a Lali, olvidándose de ella por completo cuando salió a entrenar. Mientras daba unas cuantas vueltas de calentamiento, notó que el aire frío le llenaba los pulmones y rozaba sus mejillas.

Al igual que todos los fullback, Peter era un miembro más del equipo, aunque estaba en constante alerta debido a la naturaleza de su puesto. No había imposible para un hombre como él. Cuando el juego empezaba, los flashes de las cámaras estallaban formando una enorme señal de neón. Para ponerse partido tras partido en la última línea hacía falta algo más intenso que la determinación y las agallas. Se necesitaba ser lo suficientemente competitivo y arrogante para creerse invencible.

El entrenador, Nico Vázquez, hizo gira una pelota mientras Peter llevaba a cabo el mismo ritual que había venido siguiendo durante los últimos once años, tanto en los partidos como en los entrenamientos. Rodeaba tres veces la cancha en el sentido de las agujas del reloj, y una vez más en sentido opuesto. Ocupaba su lugar golpeaba las bases de los postes, primero la izquierda y después la derecha. Tras esto se conectaba, como un sacerdote que se dirige al Señor. Situado sobre el lugar correspondiente, y durante los siguientes treinta minutos, el entrenador corría a su alrededor, lanzando la pelota de todas las formas posible.

A los treinta y dos años, Peter se sentía bien. Bien respecto al rugby, y bien respecto a su condición física. Estaba, más o menos, libre de dolor, y el medicamento más fuerte que tomaba era ibuprofeno. Estaba jugando la mejor temporada de su carrera, y camino de la final del campeonato, su cuerpo se encontraba en excelentes condiciones. Su vida profesional iba de maravilla.
Pero no podía decir lo mismo de su vida íntima.

El entrenador hizo un lanzamiento con todas sus fuerzas, con un marcado efecto, pero Peter lo atajo en el aire y todo el peso de la pelota impactó en su pierna. Se tiró de rodillas sobre el pasto al tiempo que otra pelota volaba hacia la derecha y golpeaba en sus protecciones. Sintió el familiar tirón de dolor en sus tendones y ligamentos, pero no era que no pudiera soportar. Nada que no quisiera soportar, y nada que él fuera a admitir jamás en voz alta.

Algunos periodistas lo habían desahuciado después de la peor época de su carrera. Dos años atrás, cuando jugaba con el Belgrano Athletic Club, se lesionó ambas rodillas. Tras unas cuantas intervenciones quirúrgicas de consideración, incontables horas de rehabilitación, una estadía en la clínica para recuperarse de su adicción a los tranquilizantes, y el traspaso a Alumni, Peter estaba de vuelta y en mejor forma que nunca.

Aquella temporada tenía algo que demostrar. Había vuelto a exhibir las cualidades que lo habían llevado a ser uno de los mejores. Peter disponía de un indescriptible sexto sentido, lo cual le permitía intuir la jugada segundos antes de que se produjera, y si no podía bloquear el lanzamiento, siempre le quedaba el recurso a la fuerza bruta y a algún movimiento sacado de la manga.

Cuando acabó el entrenamiento, Peter se puso unos pantalones cortos y una camiseta y se fue al gimnasio. Estuvo ejercitando en la bicicleta estacionaria cuarenta y cinco minutos antes de pasar a las pesas. Durante hora y media, trabajó los brazos, el pecho y el abdomen. Los músculos de las piernas y de la espalda le ardían y el sudor le resbalaba por las sienes mientras tomaba aire sin pararse a pensar en el dolor.

Se dio una lenta ducha, se ató una toalla alrededor de la cintura y después se dirigió a los vestuarios. Allí estaban los demás chicos, tirados sobre sillas y banquillos, escuchando lo que Torre les decía.

Carlos Bowers también se encontraba en mitad de la sala, y empezó a hablar acerca de la venta de entradas. Aquello, se dijo Peter, no tenía nada que ver con su trabajo. Su trabajo consistía en mantenerse atento, concentrado y ayudar a que el equipo ganara partidos. Así pues, él cumplía con su misión.

Peter apoyó un hombro desnudo contra el marco de la puerta. Se cruzó de brazos, y posó la mirada en la mujer bajita que había visto antes. Estaba junto a Bowers, y Peter la estudió. Era una de esas mujeres naturales que optan por no maquillarse. Sus cejas oscuras eran la única nota de color en su pálido rostro. Los pantalones negros y es saco no dejaban entrever forma alguna, ocultando todo asomo de curvas. De uno de sus hombros colgaba una cartera de gran tamaño, y en la mano llevaba una taza de papel de Starbucks.

No era fea, sino extremadamente... sencilla. A algunos hombres les gustaban las mujeres de aire natural. A Peter no. A él le gustaba que las mujeres se pintaran los labios, olieran a polvos de maquillaje y se depilaran las piernas. Le gustaban las mujeres que se esforzaban por tener buen aspecto. Y aquélla no se esforzaba en absoluto, eso saltaba a la vista.

–Sin duda están informados de que el reportero Jorge Domínguez se encuentra de baja por causas médicas. En su lugar, Marian Espósito escribirá las crónicas de nuestros partidos –explicó el dueño del equipo–, y también viajará con nosotros el resto de la temporada.

Los jugadores permanecieron en silencio, desconcertados. Nadie dijo una palabra, pero Peter sabía que estaban pensando lo mismo que él: que preferiría recibir un golpe a que un periodista deportivo, y menos aún una mujer, viajara con el equipo.

Los jugadores miraron hacia su capitán, Benjamín “Asesino” Rojas, después centraron su atención en los entrenadores, que también permanecían en silencio. Esperaban que alguien alegara algo, que los rescataran de aquella pesadilla bajita y morocha que se les iba a pegar como una lapa.

–Bueno, no creo que sea buena idea –dijo finalmente el Asesino, pero una mirada a los helados ojos grises de Carlos Bowers lo hizo callar.
Nadie más se atrevió a abrir la boca.

Nadie excepto Peter Lanzani. Respetaba a Carlos. Incluso le caía bien. Pero Peter estaba jugando la mejor temporada de su vida. Alumni tenían el título del campeonato al alcance de la mano, y no estaba dispuesto a dejar que una periodista lo echara todo a perder. Ya habían escrito demasiadas cosas malas sobre él.

–Con todo respeto, señor Bowers, ¿ha perdido usted el sentido común? –preguntó apartándose de la pared.

Continuará…


P.D. El primer capi en el que aparece Peter va dedicado a mi Admi! Que la adoro y es una Genia!!! Gracias peque eres lo Más en serio! Te quiero :D

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