Medio tarde porque no la subieron a la web, les dejo mi columna de hoy en BAE sobre la balanza comercial.

¿Exportar tecnología o desperdicios?
La contabilidad siempre es engañosa y las mismas cifras sirven para mostrar el vaso medio lleno y el medio vacío. Del informe sobre intercambio comercial difundido ayer, por ejemplo, puede subrayarse el nuevo récord de las exportaciones de bienes industriales -como se apuró a hacerlo la ministra Débora Giorgi- pero también puede destacarse que la ventaja de ese rubro sobre el de manufacturas agropecuarias (MOA) se explica casi exclusivamente por el dinamismo que aportaron dos subrubros: el del oro (que duplicó sus exportaciones de 1.039 a 2.046 millones de dólares y cuenta como “manufactura” fabril) y el de los autos y sus piezas, que incrementaron un 50% sus envíos al exterior. Ni hablar de las importaciones de bienes de capital, que pueden leerse como el reflejo de un aluvión de inversiones productivas o como la consecuencia inevitable de la instalación en el país de armadurías de electrónicos, autos y electrodomésticos cuyas piezas vienen listas para ensamblar en unos pocos movimientos.
Lo indiscutible es que ya pasaron nueve años de la devaluación y en la cuenta corriente siguen “sobrando dólares”, como señaló en su último informe el estudio Bein. Las barreras contra las importaciones “sensibles” pueden haber frenado el ingreso de calzado chino superbarato manufacturado por obreros subalimentados, pero un excedente comercial de u$s12 mil millones no se explica por la manu militari de Guillermo Moreno. Ni por sus pactos secretos para que los supermercadistas exporten carne si quieren seguir importando papas fritas.
Evidentemente la ventaja cambiaria se achicó pero no desapareció. Si el dólar sigue quieto hasta las elecciones y la inflación continúa al ritmo actual, quizás el colchón adelgace y los industriales pasen de protestar a recortar sus plantillas laborales. El saldo igual será positivo y alto, de la mano de la cosecha récord de trigo y del precio de la soja.
Mientras eso dure, el desafío es usar el sobrante de dólares para reindustrializar la economía. Para generar más puestos de trabajo que dependan menos de las fluctuaciones del precio de las commodities. Porque ningún país tiene ventajas naturales para producir microchips, barcos o aviones y porque una sólida base industrial es requisito para el éxito de cualquier proyecto político emancipador.
Un dato ilustrativo, aunque lastime el ya dañado ego nacional: lo que más exportamos son “residuos y desperdicios de la industria alimenticia”. Así define el nomenclador del Mercosur a los pellets de soja, que sumaron a la balanza u$s 8.890 millones en 2010.
No es basura. Es proteína vegetal que los chinos pagan cara y usan para alimentar a sus cerdos. Pero es reflejo de una primarización de la economía que se mantiene, como hizo notar a fin de año el CEO del grupo Techint, Paolo Rocca.
Es bueno que Rocca lo note porque también es su responsabilidad y la de sus colegas empresarios. Porque los industriales brasileños no venden sus empresas a la primera crisis. Y tampoco crecen a fuerza de privatizaciones como la de SOMISA o pesificaciones como la de 2002. Invierten. Arriesgan. Ganan.

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