Recién compré espinaca a una verdulera boliviana que atiende en un súper chino. La inmigración descontrolada está copando todo, me dije. En caso de llegar una hambruna, por ejemplo, el acceso a los alimentos lo tendrán sólo ellos. Pero hay más. Mi mamá tiene dos locales en el Once alquilados a unos coreanos, que hacen punta en la industria textil. Comida, abrigo. Me empezaba a dar cuenta de que estamos realmente en el horno cuando advertí que la mayoría de los obreros que contrato son paraguayos. Qué les va a impedir, llegada una crisis profunda, ocupar la obra en la que están trabajando? También recordé que mi papá estuvo durante años al cuidado de una señora peruana, que hacía las veces de enfermera. Ante peligros extremos, supuse, nos podrían extorsionar tomando a los enfermos como rehenes. Mi novia y toda su parentela, además, son uruguayos. Una tía de mi novia está casada con un italiano de más de 90 años que en sus años mozos fue verdulero y con el tiempo logró comprarse el depto en el que vive ahora. Verdulero, sí, igual que la boliviana que me vendió la espinaca. Recién ahí comprendí: los extranjeros vienen, trabajan, progresan, se casan con uruguayas que tienen sobrinas muy bonitas. Tan mal no estamos. Quién te dice que el hijo o el nieto de alguno de estos indeseables de hoy no llegue un día a alcalde de Buenos Aires y ponga el grito en el cielo por la inmigración descontrolada.

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